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A corazon abierto
(por Demetrio Mallebrera Verdú) 

OCHO PELDAÑOS CONCRETOS NOS DAN FELICIDAD


     Durante un tiempo hemos estado buscando a corazón abierto aquello que supusiera felicidad de la buena; no la que se consigue teniendo muchos bienes materiales o haciendo siempre lo que nos da la gana, dado que nunca nos salían bien las cuentas y aquello era de lo más efímero e insustancial. No en vano decimos de alguien que “qué feliz se le ve” precisamente cuando pasa de todo eso y se muestra centrado en otras cosas, supuestamente inmateriales, que conforman su mundo interior, lo que no quita un ápice de ambición y de deseo, ¡faltaría más! Parece que lo que cuenta en esta sociedad sea el poder, la fama y el dinero, la agresividad del ejecutivo, la humillación del adversario, el rato que se pasa bien interviniendo los sentidos a pleno rendimiento y a veces hasta los extremos. Pero no, todo esto es de suyo auténtico envilecimiento que en modo alguno puede hacernos felices en conciencia. Un día escuché a un capuchino, de los que viven la humildad, su homilía de domingo (el 4º del Tiempo ordinario A, para quien le interese) tras haber leído en el evangelio aquella parte del Sermón de la Montaña que habla de las bienaventuranzas que gente de mi generación y de mayor edad conoce, y que el fraile insistió en que eran la felicidad.

     ¿En qué estaremos pensando antes y ahora y durante tantos años cuando leemos, oímos o recordamos este pasaje, así seamos creyentes, agnósticos o cuarto y mitad de practicantes, a veces según soplen los vientos? Seguramente proyectábamos en nuestra mente que lograr esas propuestas era buscar una perfección que se nos antojaba que no estaba a nuestro alcance. En cambio, si lo resumimos en algo que en efecto buscamos –la felicidad- sí que nos ha dado que pensar. Pero hombre, ¿cómo es posible que sean dichosos los pobres en el espíritu (humildes, que no tienen recursos ni voz y no cuentan a los ojos del mundo), los que lloran, los sufridos (antes se decía los mansos y también los pacientes), los que tienen hambre y sed de la justicia  (la justicia  en sentido bíblico equivale a santidad, y santo es quien se empeña en cumplir la voluntad de Dios), los misericordiosos (los que hacen buenas obras -espirituales y materiales- en servicio de los demás), los que son limpios de corazón (también se ha dicho castos y puros), los que trabajan por la paz, los perseguidos por causa de la justicia, y los que reciban insultos, persecución y calumnias por causa de Jesucristo (martirio, tormentos)?

     Si uno atiende al final del relato, Jesús dice, en efecto: “Estad alegres y contentos porque vuestra recompensa será abundante en el cielo”. Ya estamos con pensamientos sublimes que, si vienen, dejamos pasar rápidamente porque el cielo está muy alto para nosotros, o es algo que no nos preocupa. En cambio, el mensaje es para vivirlo aquí. Se trata de sobrellevar las personalidades y las cosas que nos acontecen con un espíritu tal que va a ser merecedor de premio. Claro que esta felicidad no es la que está a la medida de los ojos humanos, sino de la Providencia. Y, ojo, son mensajes, consejos o consignas que aparecen en varias religiones. Las bienaventuranzas están en San Mateo (capítulo 5), evangelista que debió estar presen te como discípulo y apóstol, y son ocho (como los peldaños proféticos para subir al monte Sión), y en san Lucas (capítulo 6), que las resume en cuatro. En ambos, van acompañadas de los premios o gratificaciones que se prometen tras su cumplimiento. Desde siempre se decía “bienaventurados” (equivalente a santo, beatífico, bendito, bueno, beato, venerable, justo, inocente, cándido, alegre, contento, feliz), pero las traducciones actuales dicen “dichosos” (semejante a encantado, satisfecho, venturoso, afortunado, contento, feliz), término más humano. En ambos casos son sinónimos de felices y antónimos de infelices.

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