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EL ESCRITOR
(por Antonio Aura Ivorra)


En busca de lo excelso el escritor procura un ambiente sosegado, acogedor: paredes de tonos suaves, sillón cómodo, mesa despejada, un solo bolígrafo, rojo, para correcciones y alguna anotación, un par de folios en blanco y música de fondo sugerente y sin apenas volumen; instrumental, preferentemente. Busca por momentos la soledad, el aislamiento, el encuentro consigo mismo. Es ahí donde está la riqueza que necesita aflorar para ser. Y solo en ocasiones lo consigue. Trata de alcanzar lo sublime. Pero al acariciarlo se le escapa a menudo.

 

Aunque no siempre es así en estos tiempos tecnológicos, en sustitución del papel, el lápiz o la tinta y la goma de borrar, teclado y ratón son los instrumentos habituales de escritura; con ellos se controla un ordenador. El monitor muestra un escritorio sencillo y liviano, que permite examinar el luminoso azul celeste con alguna nube algodonosa y el verdor límpido del paisaje Windows. Virtual. Desparasitado de realidad. Sin briznas de malas hierbas en el prado ni nubes negras que inquieten en el cielo. Demasiado puro para ser real. Pero, observándolo, invita a la calma.

  

El escritor lo contempla unos instantes mientras el programa antivirus examina el sistema… - Debe ser como una revisión médica que diagnostica la salud o la enfermedad de la máquina. Pura imitación, descarada, de las antiguas visitas a domicilio del médico de cabecera. Solo que aquí, para cuidar su “salud”, cohabita. Es uno más de los múltiples programas que se alojan en ese increíble aparato en el que, como si fuera orgánico, de cuando en cuando aparecen virus y gusanos; también se habla de troyanos... y de algún espía, spyware que dicen en el argot. No sé qué más. Bacterias, de momento, no. Ya veremos con el tiempo, lucubra y dice en voz alta.

    

A continuación, realizado el chequeo, nuestro escritor cubre la pantalla con un folio blanco sobre fondo azul, virtual, (qué ironía, es el ratón quien le ayuda) que le permite escribir sin tinta y borrar sin borrador tantas veces como quiera sin mancillar su albura… y, mientras una ligera presión de su dedo índice hace sonar el Vals del minuto, de Chopin, vigoroso y estimulante, se pregunta: si vivieran ¿cómo podría explicar a mis mayores cuanto digo sin que dudaran de mi cordura?

    

Tan ensimismado está el escritor en su meditación, que volver a la realidad le demanda esfuerzo. Cuesta, desde sus fantasías para explicarse el “milagro”, descender a lo tangible, a lo real, ya no tan pulcro como el folio imaginario que tiene ante sus ojos dispuesto a recibir sus ideas en forma de grafías, de palabras, de frases  hilvanadas en su superficie, que recompondrá con ingenio, con armonía y belleza además, para expresar con exactitud su pensamiento. Por eso es escritor. Publicista; a semejanza de los orfebres, que labran el oro y la plata, él engarza palabras. Artesanos ambos, procuran también la gozosa contemplación de su trabajo por los demás…porque, ¿de qué sirve escribir si nadie lee lo escrito? Pero, lo sabe con certeza, incluso lo más íntimo sale a la luz en algún momento.

  

Concentrado, empieza a labrar su felicidad, ya se ha dicho: Lo intenta. Trata de alcanzar lo sublime. Pero al acariciarlo se le escapa a menudo. Hasta que por fin llegan las musas atraídas por la calma ambiental, la meditación y la música de fondo, ya suave y melodiosa de Mussorgsky con sus “Cuadros para una exposición”; y surge, como una explosión, el impulso que orienta la historia que empieza a ser. No es un cuadro, que se muestra a la vista completo, acabado. Es una narración, una historia que surge y transcurre paso a paso como la vida misma, y que cada lector recrea tras su lectura. Mientras no se llegue al final permanece incierta, activa, viva. Tanto para el autor como para el lector. Como la música, que es otra forma de contar, de transmitir, de suscitar sentimientos y emociones.

  

Ya todo dispuesto, ¿qué nos dirá en esta ocasión nuestro escritor cuando ponga a prueba su ingenio?

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