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  CASI UN ROBO  
(por Ana Burgui)


            Eran las cuatro y media de la tarde de un domingo cualquiera del mes de julio, cuando aquel hombre caminaba despacio por la acera; miraba las porterías al pasar, las ventanas, los balcones, como buscando a alguien aunque a esa hora no había nadie por la calle. De vez en cuando pasaba algún coche o se detenía en el semáforo. Los árboles daban una pequeña sombra a aquella tarde calurosa.

            Al pasar por la acera vio una portería abierta, la puerta estaba enganchada hasta la pared y al fondo se podía ver el ascensor y al lado la escalera. Miró el edificio que sólo tenía cuatro alturas, las ventanas del segundo y tercer piso tenían las persianas bajadas por lo que dedujo que no había nadie, en el primer piso las persianas estaban levantadas y en el cuarto también. Se armó de valor y palpándose el bolsillo del pantalón confirmó que tenía aquel pedazo de plástico que según le habían dicho y explicado podía abrir una puerta al deslizarlo en vertical a la altura de la cerradura haciendo que el pestillo resbalase. Nunca lo había hecho pero la necesidad lo estaba cercando; apenas tenía para comer y recurría junto con otros compañeros de penuria a dormir en un albergue y a buscar comida a veces hasta en cubos de basura cuando ya no quedaban plazas en el comedor social. Ya le habían enseñado que los lugares más productivos eran los que estaban junto a pequeños supermercados o fruterías, en ellos tiraban muchas veces restos de alimentos en no muy buen estado. Entró en el portal y fue subiendo los escalones lentamente, atento a cualquier ruido y dispuesto a salir corriendo. Llegó al primer piso, acercó el oído a la puerta y escucho hablar, prestando más atención descubrió que era una retrasmisión deportiva, era un partido de fútbol, se imaginó a un hombre sentado en un sillón frente al televisor disfrutando de un café mientras veía un partido de fútbol. Le invadió la tristeza, eso él lo había hecho hacía ya muchos años. Se nublaron los recuerdos en sus ojos y rápidamente corrió escaleras abajo para que sus gemidos no se oyeran.

            Al otro lado de la puerta Vicenta hacía el ejercicio que el médico le había mandado en una bicicleta estática; tenía que pedalear una hora todos los días para favorecer la circulación sanguínea y evitar cualquier otro problema, estaba escuchando música, en el salón había dejado en marcha la radio que sintonizaba un programa deportivo; con sus voces, sus goles y los anuncios llenaban el espacio, a ella no le gustaba el futbol pero así parecía que había otra persona en la casa y no se sentía tan sola.

            Se secó una lágrima.

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