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A corazon abierto
(por Demetrio Mallebrera Verdú)

UN 3% DE LOS NIÑOS PUEDE SER "PRODIGIO"


     Un niño o una niña de corta edad que se les ve tan desenvueltos y manejan sus propios resortes mentales mejor que los adultos en los campos de actividad más exigentes (matemáticas, ajedrez, música, idiomas, mecánica, deportes…), sin quererlo se convierten en el centro de atención de los que les rodean y especialmente de padres y profesores, que se embelesan con ellos y los observan en todos sus detalles para dar con el “quid” de su comportamiento y sus resaltadas aptitudes. Pero los científicos  ya  advierten  que es un fenómeno que nadie controla, y no se disspone de fórmulas secretas ni recetas escondidas; ni siquiera hay un sistema de educación diferenciado que favorezca la manifestación de escolares “prodigio” o de “genialidad infantil”; tampoco hay certeza de que la enseñanza pueda impulsar el portento, ni esto se debe a vivir en un clima propiciatorio ni formando parte de una clase social señalada, y aún más: ¿quién se atreve a firmar en documento notarial que diga que hoy tiene ante sí un milagro si mañana todo se va al garete porque se tuerce y se cogen rumbos que cambian lo tan rotundamente afirmado?

     La verdad es que no se ha estudiado mucho el dilema, aunque se está en ello, empezando con seguimientos que no han demostrado nada especial en esos seres, salvo una innata vocación o inclinación natural, en principio como la de cualquiera, en el sentido de que todos tenemos nuestros gustos personales y en ellos, o en otros, nuestras habilidades; además de que hay materias escolares que se nos dan mejor que otras, existiendo las que nos van a la medida y las que suponen un suplicio realizarlas. Por no haber, tampoco hay unas edades señaladas para definir esos casos, que algunos elevan a los menores de 18 años, si bien lo más extendido anda entre los que no han llegado a los 15, o a los 13 o a los 11. El máximo niño prodigio era de la música y dicen que fue Mozart, quien empezó a componer antes de los 5 años. Ni nadie, de forma admitida en general ha encontrado la pócima mágica, o el bálsamo, o la medicina que dé explicación del fenómeno, ni (aún) se ha descubierto una hormona especial alojada en el cerebro, o en el mundo espiritual del que no se sabe absolutamente nada salvo lo que produce fuertes emociones. Y es que esto es un concepto totalmente subjetivo y humano. Todo lo experimentado se resume en el uso de la memoria de trabajo a largo plazo, que es una manera de recordar grandes cantidades de datos durante un tiempo y luego utilizar la corteza visual, zona del cerebro que descodifica las imágenes que vemos y que también empleamos para la entretenida imaginación ocular.

     Otros han centrado investigaciones sobre el cerebelo, que es el que pone orden en las funciones cognitivas. Por ahí se abre una brecha para entender, aún muy limitadamente, la facilidad de desenvolverse con cifras y operaciones matemáticas, incluso con el aprendizaje y manejo de idiomas. Un caso especial lo proporcionan los “savants” (síndrome del sabio) que suelen tener una capacidad llevada al extremo de su desarrollo, muy basada en la memoria fotográfica; pero ese ensimismamiento les trae otros problemas asociados al autismo. Pese a esos vacíos científicos, sí que hay un cálculo admitido sobre el porcentaje de niños que pueden ser considerados altamente dotados o “prodigio”, fijado en un tres por ciento, aunque no todos son identificados ni estimulados. A lo mejor usted conoce algún que otro caso, otros están en libros y otros más en películas, biográficas normalmente. Y justo en esas historias surge el otro debate: ¿Han tenido los padres un niño al que colmar de cariño o un monstruito que parece tener su propio mundo? ¿Se considera a un genio como persona o como negocio; como niño o como mayor? ¿Cómo se sienten ellos con lo que llevan encima: disfrutan, sufren; tienen amigos o son rechazados en grupos; desarrollan virtudes o se suben a la parra del orgullo? ¿Se les quiere de verdad o se les exige lo que incluso no pueden dar?

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