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EL PERRO DE LAS CINCO 
(por Ana Burgui)


Cuando uno intenta escribir una historia, la desmenuza tanto que puede perder la perspectiva de la idea global y se encuentra ordenando detalles y situaciones a los que intenta dar forma y colocación sin que se pierda el sentido originario; pero si la historia es real, todo eso no es necesario puesto que ya existe en sí misma y tiene todos los detalles a los que no hay que buscarles ningún lugar, y ésta es una historia real.

  

Llevé a mi padre al servicio de urgencias del hospital ante una indisposición dolorosa que se presentó de repente, todavía no eran las cuatro de la tarde y sin embargo había bastante gente. Nos sentamos a esperar a que llegara nuestro turno. Veía a las distintas personas que estaban esperando, cada una con su problema y su dolor. Era inevitable escuchar los comentarios que se hacían unas a otras y de los que, uniéndolos, se iban formando las historias. Una señora mayor que se había caído y se había golpeado la cara, vivía sola y la había traído una vecina y estaba esperando a sus hijos, hacía ya demasiado tiempo y en sus ojos se veía el miedo y la confusión. Un señor con su esposa, la cual tenía la pierna escayolada, y con la que andaba discutiendo sobre cómo se tenía que duchar; en eso llegó una enfermera, les dio unos papeles y el consejo definitivo sobre la ducha. De vez en cuando comentaba con mi padre alguna cosa pero los dos estábamos atentos por si nos llamaban así que le dije que iba a salir a fumar un cigarrillo rapidito.

  

Salí al exterior, en la misma puerta de la entrada dos enfermeros estaban indicando a la gente que llegaba dónde tenían que dirigirse o acompañándoles en silla de ruedas, y entre tanto charlaban, hasta que uno le dijo al otro:

  

-Mira el perro de las cinco.

 

Yo me volví y busqué con la mirada en la dirección que aquel le indicaba con la cabeza a su compañero. Efectivamente había un perro, era un “Labrador” no sé exactamente de qué variedad de raza pero estaba sentado junto a la valla del jardín enfrente de la puerta con la vista fija y una actitud paciente y expectante.

  

-¿Qué dices? Le preguntó el compañero.

   

-Pues hace una semana, no, cinco días y sobre esta hora que entró una ambulancia que llevaba un señor bastante grave, creo que le había dado una embolia, bueno ahora creo que se llama “Ictus”, bueno la cuestión es que el hombre se quedó ingresado pero falleció a los dos días; el caso es que desde entonces todas las tardes viene ese perro y se sienta ahí a esperar, seguramente era su amo, y después de un rato se marcha. Me gustaría seguirlo para ver dónde se mente y lo que hace; dónde duerme, lo que come. Chico, porque lo estoy viendo, que sí me lo cuentan no me lo creo.

    

Escuché la historia pero no me sorprendió, conocía otros hechos similares en los que se ponía de manifiesto la lealtad, el cariño y la abnegación de esos animales. Me quedé pensando que esas cualidades también se les atribuían a los humanos pero quizá ahora están más presentes en ellos que en nosotros.

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