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A LA FRESCA 
(por Antonio Aura Ivorra)


     Algunos que pueden, hace falta desvergüenza, olvidan al abuelo en el hospital y se van de viaje un par de semanas. Se van de vacaciones. Otros, muchos más, eligen el domicilio de los abuelos en el pueblo, de playa o montaña, y la paella familiar. Estos veranean. Estamos en crisis. Familia unida, familia feliz. Llegan y, previa limpieza general de la casa, que debería correr a cargo de todos pero que siempre recae sobre los mismos (las mismas, para ser justos), se acomodan  todos tan contentos. La abuela, feliz, unos días antes pregona en la tienda que llegan sus hijos y  nietos y aumenta su compra.

     El encanto de los pueblos playeros ya no es tanto. Se han masificado. En cambio en los de montaña todavía puede uno sentarse a la puerta de casa al anochecer y tomar “la fresca”. Algunos con un porrón de vino al lado, un buen bocadillo entre manos y un plato de pepino y tomate recién cogidos de la huerta, cuando no de cebolletas, aceitunas, pimiento y tomate en salmuera, que abre el apetito solo con verlo sobre la mesita plegable desempolvada no hace mucho para la ocasión, que se repetirá a diario. Se cena a gusto, muy a gusto.

     Pasa un vecino:

     -¡Qué!, ¿un traguito?

     -¡Sí hombre, sí!, y “unes olivetes tambè”, faltaría más.

     -¡Pasa, hombre, y sácate una silla!

     Entra, sale con la silla, se sienta y hay que ver con qué estilo levanta el porrón. ¡No derrama ni una gota!

     -Qué. ¿Cómo va este año la cosecha de almendra?

     -¡Uf!, regular solamente. Recogerla cuesta un dineral y luego… los californianos se llevan la palma. Yo no sé cómo lo hacen; tú fíjate lo que costarán sólo los portes… y aún así no podemos competir. ¡Ah, pero en calidad no pueden compararse con las nuestras!

     -¿Has visto cómo está el pueblo este año?

     -Sí, sí, hace cuatro o cinco que se llena. Ya han venido casi todas las familias. En invierno el pueblo está vacío y da pena, pero en verano está muy animado. Antes, muchas visitas eran de compromiso para ver a la familia unos pocos días, pero ahora la gente se queda todo el mes. Debe ser la crisis. Entre todos se engalana la plaza y organizamos las fiestas de agosto. Siempre parece que se van a acabar, pero no. A partir de junio, esto no falla, hay un grupo que empuja y se pone manos a la obra, y al final, en agosto, fiesta. Tampoco se necesita tanto para pasarlo bien. Se organizan campeonatos de dominó, de mus, y algún partido de fútbol y gymkhanas para la gente joven. ¡Ah! y una Misa Mayor que no veas. Con un coro que viene de la capital y que canta una misa de Perosi. Una maravilla, hombre. Aunque me han dicho que esto sí se acaba. Como el grupo de danzas de por la tarde, que con el altruismo de sus miembros y la ayuda de alguna Caja se esfuerza por conservar los bailes tradicionales. Con lo poco que era y la satisfacción que daba… no era ningún derroche, ¿sabes? Parece que el derroche lo hacían otros. A ver si ahora que se arregla el sistema financiero (por los sueldos que se asignan sus dirigentes se ve que ya da para mucho, qué cosas)  alguien nos ayuda. Pero no; la generosidad, que es “nobleza heredada de los mayores” está de capa caída. ¡Hay que espabilar, como los fenicios en el trueque!

     Pero bueno, la iglesia se pone a rebosar. Ahí sí que se suda. Por eso, cuando se termina la misa, se llena el bar de la plaza. Aquí se sigue tomando vermut tanto en invierno como en verano. Con ensaladilla, “sangueta” o aceitunas rellenas.

     -¿Te has fijado cómo disfrutan los mayores con las partidas de dominó? Algunos tienen un genio… ¿no les subirá la tensión con la calor esta que hace? Y encima el carajillo.

     -¡Bah, déjalos! Por una vez al año, déjalos que disfruten.

     -Bueno, echo un traguito y me voy a la plaza. Allí nos juntamos cuatro o cinco a chismorrear.

     -Pues a pasarlo bien, amigo.

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