Índice de Documentos > Boletines > Boletín Septiembre 2011
 

¡AY, EL AMOR!
(por Francisco L. Navarro Albert)


Muchos de nosotros procedemos de una época en que no era infrecuente la parquedad en las manifestaciones emotivas, incluso las que se daban entre familiares. Así, había padres que más bien parecían sargentos impartiendo dura disciplina a sus subordinados, en este caso sus hijos.

   

Pero el amor no tiene fronteras ni admite componendas; una persona se enamora cuando conoce a alguien en un momento y circunstancias determinados, sin que sea capaz de discernir acerca de la conveniencia o no de dicha relación, oculta bajo el paraguas del sentimiento. El amor suele ser, la mayor parte de las veces, inesperado. Diría más; seguramente muchos de los que se ven algún día atrapados en sus redes no mucho antes afirmaban con total convicción que a ellos no les afectaría, que quienes se dejaban arrastrar por él eran personas, sin duda, de poca fortaleza de espíritu, incapaces de hacer frente a la situación.

  

Seguramente yo era una de esos; remiso a las manifestaciones, parco en palabras, comedido en el gesto… Sin embargo, en un viaje a Madrid lo conocí. No puedo decir que fuera de modo casual, el caso es que yo no paré de hablar aunque él no dijo una sola palabra y hasta me atrevería a decir que tampoco me hizo mucho caso, porque su mirada más bien parecía vagar por toda la estancia donde nos encontrábamos, como si quisiera cerciorarse de cada uno de los detalles y rincones. Más tarde coincidimos de nuevo y aunque la conversación no era muy fluida sí que pude averiguar que era experto en construcciones de altura y demoliciones; sentía una pasión extrema por los ferrocarriles y, a menudo, cuando paseábamos en las proximidades de una estación de tren no me quedaba más remedio que seguirle hasta allí, so pena de quedarme solo. Ambos descubrimos que teníamos aficiones comunes; el amor era cuestión de tiempo.

    

Mi esposa, con esa maravillosa dote que poseen casi todas las mujeres, que es la intuición, estoy seguro de que lo sabe desde el principio, mas siendo como es prudente, nunca lo ha comentado. A veces suena el teléfono y adivino que es él por la forma en que ella me dice “quiere hablar contigo”. La comprendo. Siempre ha estado a mi lado soportando muchos más momentos malos que buenos y, como aquel título de película, “de repente, un extraño” que viene a irrumpir entre los dos. Menos mal que, a medida que pasa el tiempo, se va haciendo cargo.

   

Los que me conocen, cuando me vean paseando con él por la calle, sonrientes, hablándonos con ternura, espero que no tendrán reparo alguno en acercarse a saludarnos. Si lo hacen, estoy seguro de que me comprenderán del mismo modo que yo no tardé mucho en hacerlo con los que habían llegado a mi situación. Estoy seguro, también, de que habrá quien no comparta este entusiasmo. Ya he dicho antes que yo era uno de ésos; la vida, sin embargo, pone a cada uno en su sitio y nada podemos hacer para evadirnos del destino que nos aguarda. Pero no quiero extenderme más. Que cada uno medite sobre su propia situación. Que analice si en cuestiones del amor está siendo sincero…

   

¡Ah!, se me olvidaba. Él se llama Mateo, tiene poco más de tres años y es mi nieto. En nuestra relación hay tan sólo una pequeña sombra y es que le gusta que le acompañe a ver la película “The Polar Express” y ya van quince con ésta. Se lo consiento porque se acurruca a mi lado, me abraza y me da un beso.

  

¿Quién puede resistirse al amor?

Volver