Índice de Documentos > Boletines > Boletín Septiembre 2011
 

LA AFICION AL RASTRO
(por José M. Quiles Guijarro)

José Miguel Quiles


Un aficionado a la pesca, a la fotografía o a la petanca, por lo general es un ser sociable que habla de su hobby con sus amigos, concurre a reuniones y certámenes. El aficionado al rastro no. Esta afición reside en la parte del cerebro donde se guardan las pequeñas pasiones y por tanto es una afición de solitarios. Se trata de un hombre que camina despacio y circunspecto por los mercadillos de viejo con las manos detrás, lanzando miradas ávidas aquí y allá al acecho de la pieza interesante, de la oportunidad, de la ganga.

  

El aficionado al rastro suele decir como pretexto que le “gustan las antigüedades” o que “se colecciona” tal o cual cosa, o que le distrae el ambiente, pero no es verdad, su sensibilidad es de otro orden más egoísta, lo que busca es lo barato, el low-cost, ¡cuanto más low-cost mejor! En realidad es un avaro, enfermizo, que a veces compra trastos inútiles movido por el afán de obtener una cosa “valiosa” por muy poco dinero, casi por nada. A él un escaparate de muebles de diseño con luces indirectas no le dirá nada, él es un buscador de oportunidades, un cazador al ojeo.

  

Un aficionado al rastro puede llegar a casa, una mañana de domingo,  con unas bolsas de plástico llenas de gangas y decirle a su mujer:

  

- ¡Mira,  una pera de goma de las que se usaban antes en las lavativas!

  

- ¡Ay por Dios, tira la porquería esa!, le dirá la mujer.

  

- ¿Esto…? ¡esto es una antigüedad…!, contestará él; y si la mujer no queda muy convencida, entonces meterá la punta de los dedos en otra bolsa y en un “voilá” de prestidigitador le dirá:

  

- “¡ A tí te he traído un CD de los Chunguitos!”

  

El amante de los rastros suele guardar sus adquisiciones: libros, muebles, figuras, jarritos, jarrones, tulipas, cajas, botes, radios, cuadros, relojes, etc… con el orgullo y el cuidado de quien guarda piedras preciosas. Llegará un día –siempre llega éste día– en el que sus hijos o sus sobrinos o sus nietos, carguen en unos sacos el botín y lo devuelvan al contendedor. A excepción de alguna fruslería que apartarán para ellos con cierta aprensión a modo de curiosidad.

   

Y de la misma forma que el cazador o el pescador no suelen llevarse a la boca su propio botín, el aficionado al rastro jamás hace uso de lo que compra. El placer de aquellos estriba en el instante de obtener la pieza, (el punto orgásmico del placer es siempre fugaz, un instante) y el del aficionado al rastro en realizar la compra.

  

Y así, una mañana divisa en el suelo unas cucharillas roñosas y viejas y entabla un regateo a muerte con el mercadillero:

 

-        ¿Y de esto que quieres…?

 

-        ¿Esto…? ¡esto es plata de ley…!

 

-        Sí plata… de la que cagó la gata…

  

-        Hombre si lo pone aquí “Plata de Ley” Made in Germany…

  

Y al final mete su compra en una bolsa, con una sensación íntima de satisfacción y triunfo; estas cucharillas limpiándolas con un poco de “Sidol” quedarán como nuevas y esto en el Corte Inglés valdría…

Volver