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DE LA TINTA A LA MENTE
(por Antonio Aura Ivorra)


Prueba de impresión. Fracaso total. Mi impresora es coetánea, casi, de la imprenta de Gutemberg y, claro, responde a la tecla, no es que no vaya; funciona pero con la tinta reseca. Así no hay modo de imprimir.

  

Lo curioso es que buscando en el expositor de una tienda el cartucho de tinta adecuado me indican con una sonrisa que… bueno…, muy expresiva, que la impresora debió de convivir con los dinosaurios por lo menos y que los cartuchos que busco para ella ya no se fabrican; que hay otros, compatibles, que tal vez, sólo tal vez, me irían bien pero que cuestan 35 euros. Justo al lado de ese expositor hay una impresora multifunción, multicolor y no sé que más por 67 euros. Cartuchos incluidos, claro. ¡Ver para creer! Y me surge la duda: puedo traer la que tengo (me la aceptan para reciclar) y comprar esa tan avanzada; puedo comprar el cartucho ese compatible… también puedo depositar en un ecoparque la que tengo y olvidarme de imprimir. Así sí que ahorraría papel (sin ninguna duda) y con eso la tala de árboles… Tendré que analizarlo bien porque igual resulta que con esa actitud puedo ser con el tiempo el salvador de unos cuantos árboles desconocidos para mí, que de otra forma hubiera destruido sin tenerles ninguna animadversión. Esto último, lo de la destrucción, aunque sea sin alevosía en mi caso, sí que es grave.

 

¿No creen ustedes que con todo lo que se presume por ahí de ahorro y reciclaje -hemos ahorrado tropecientas toneladas de papel durante este año evitando la tala de no sé cuantos árboles- los bosques deberían estar pletóricos? Hoy se tienen muy en cuenta esas sensibilidades, que se airean a los cuatro vientos al tiempo que sigue el expolio de la selva amazónica y de lo que haga falta –o al revés, qué más da– con el “sermón” por delante para distribuir el sentimiento de culpa. Así, para sus artífices el dolor del pecado es mínimo y la penitencia menor, si acaso la cumplen. Tampoco hay propósito de enmienda, no crean. Las intenciones son, pues, de puro merchandising.

 

Acabo de reestrenar un nuevo ordenador, sí. Una torre con Windows XP profesional, con más capacidad de la que tenía con el anterior con Windows 98. Muy bien. Aunque para algunos estoy hablando de la prehistoria, les sigo contando: el monitor antiguo ya lo he liquidado por no funcionar (lo entregué en la tienda) y me he comprado uno panorámico BENG, de 19 pulgadas, que por ahora funciona muy bien. Me sobra para lo que necesito. Lo conecto al ordenador, ¡acierto la clavija a la primera!, enchufo la torre a la corriente, aprieto el botón y… ¡funciona! Me siento satisfecho. Empiezo a teclear para ver qué tiene este ordenador… ¡hombre, el Office completo! ya con eso… pincho el reproductor de música… no va… no, si ya decía yo… bueno, pero tengo la radio sobre la mesa. Me apañaré. Es que este ordenador procede de una oficina que ha renovado su sistema informático y como el dueño es mi amigo me lo regaló; siempre es mejor que el que tenía. En fin, uno que sabe me ha dicho que no pasa nada, que no tiene instalada la tarjeta de sonido. Y yo me pregunto: ¿Y si la saco del viejo, que sí que la tiene y se la pongo a éste? Pero después, rendido a las plantas de la torre, sigo preguntándome: ¿Y tú qué sabes de tarjetas de sonido; hay que empalmar en algún sitio o tiene su ranura propia? ¿Y dónde está?

 

Ya me reprochan los expertos, que los tengo próximos, lo mal que he hecho comprando esa pantalla (y yo tan ufano recalcando lo de panorámico aquí y allá) sólo para reutilizar ese ordenador usado, cuando por un poco más tendría un portátil último grito que con el móvil al lado, ese de la manzana como modem, podría acceder a Internet y no sé qué otras cosas… ¡Señor, Señor…! Obsoleto el ordenador y antiguo yo… ¡o al revés, porque es que ya no me aclaro…! Eso me dicen.

 

Miren; es verdad que no me aclaro. A ustedes se lo digo en confianza: ya hace tiempo que me estoy dando cuenta de que lo que pasa aquí es que no sé lo que pasa. Y eso que veo cuando asomo a mi ventana y me dicen que pasa de verdad, a gritos, en negrita y con mayúsculas, a unos  infama y a otros zahiere; es grave, seguro. Necesito que me lo expliquen de primera mano para prestar más atención a mi ordenador con tranquilidad. Es que si no me pierdo. No lo puedo evitar. Ustedes me entienden, ¿verdad?

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