Índice de Documentos > Boletines > Boletín Octubre 2011
 

Estimado Señor:

Usted no me conoce y yo a usted  tampoco, sin embargo después de pensarlo mucho y durante bastante tiempo me he decidido a escribirle. Le relataré todo lo que me ha inducido a ello. Hace unos meses y con un grupo de amigos decidimos ir a pasar el día a los parajes situados al norte de la comarca que son de gran belleza y permiten las escaladas, el senderismo incluso la acampada. Una vez allí comenzamos a recorrer los caminos y a subir o bajar las peñas y las lomas que encontramos a nuestro paso. En una revuelta del camino apareció el magnífico edificio que había sido un centro de reposo muchos años atrás; éste se encontraba muy deteriorado, las vallas que lo rodeaban impidiendo el paso había sido derribadas casi en su totalidad, las ventanas de los pisos inferiores habían sido arrancadas y los cristales rotos, toda la fachada había sido víctima de las piedras, cubos, pintura, ramas y un sin fin más de objetos. Los caminos aún se mantenían surcando el suelo aunque los matorrales y las piedras los estaban cubriendo poco a poco. Recorriendo uno de ellos y junto a una fuente casi derruida y cubierta de matorral vi una serie de papeles; una caja de zapatos medio abierta y varias carpetas de cartón, me acerqué y vi que eran cartas, algunas estaban rotas, abiertas o dobladas, mojadas con la tinta corrida o ilegible; me agaché a coger una, la leí, pero he de confesar que no fue la única, me senté en el suelo y cogí alguna más, las leí con mucha atención. La tristeza que se desprendía de aquellas líneas hizo mella en mi; estaban dirigidas a un hombre, Benito, en ellas explicaba no solamente los acontecimientos diarios de la vida de Isabel, como así estaban firmadas las cartas, sino el sentir que ocupaba sus días y por lo escrito más que ocuparlos los destruía. Dentro de la caja de zapatos se encontraban más cartas, todas abiertas excepto una que estaba cerrada y el sobre se encontraba manuscrito con la dirección y el remite perfectamente legible. Después de todo lo leído pensé que en aquella carta se encontraban las conclusiones definitivas y meditadas ante el paso que iba a dar Isabel. Recogí todo el material y lo llevé conmigo a mi casa, al principio no le di importancia a todo lo leído, el tiempo fue pasando empujado por el día a día pero mi pensamiento cada vez con mas frecuencia se deslizaba hasta aquellas cartas, así pues, hoy, he decidido escribirle para decirle que tengo en mi poder la correspondencia mantenida entre ustedes. Le ruego que disculpe mi intromisión al leer algo privado pero he de decirle que no he comentado nada con nadie y que nunca lo voy a hacer, entiendo que son sentimientos privados e irrepetibles. Le detallo mis números de teléfono a continuación y nuevamente le pido perdón.

                                                                           Atentamente,

 

 
Aquella carta nunca recibió rspuesta ni hubo llamada de teléfono alguna. Las cartas siguen guardadas en una caja bajo llave en el fondo de un armario.

 

                                                                                                     Ana Burgui

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