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LA PRUDENCIA
(por Gaspar Pérez Albert)

  

No sé si es solo cualidad personal o, seguramente, virtud. Creo más bien que es fruto del carácter y forma de ser de cada persona. Por eso, a la hora de ser comedidos o moderados, los hay que usan la prudencia en todo momento y ven acercarse el peligro a varias leguas de camino. Otros no temen a nada, ni siquiera ante el mayor riesgo situado frente a sus narices, y así, siempre están reñidos con cualquier atisbo de prudencia.

 

Aunque sea ciertamente una virtud, nunca podremos decir que la falta de prudencia  pueda ser en sí, según el prisma desde el que se mire, motivo de pecado o delito, pues es propio de la naturaleza humana ser arriesgado, siempre en mayor o menor medida, y sobre todo es cualidad  más propia y frecuente en las personas jóvenes. Y tal condición no es ningún defecto sino más bien todo lo contrario. ¿Acaso no nos arriesgamos todos alguna que otra vez en la vida? ¿Qué sería del progreso si no hubieran existido y existan personas arriesgadas que, con su atrevimiento y trabajo nos han aportado  sus ideas, muchas veces revolucionarias tal vez, y no han dudado en usar su destacada inteligencia, propiciando los inventos y medios necesarios para progresar, proporcionándonos así una vida mucho más cómoda y confortable? No cabe duda de que el futuro siempre ha sido y será de los atrevidos y aunque sea así, no por ello los podemos llamar imprudentes.

  

Estos individuos tan “lanzados” nunca temen ni retroceden ante lo desconocido. Sin embargo, con el paso del tiempo añaden a su notable inteligencia sus experiencias, y, en consecuencia, su bagaje de sentido común. Todo ello les hace aumentar su nivel de prudencia, y al llegar el tiempo de su madurez son menos atrevidos al actuar y más centrados en sus tareas. Siguen trabajando en sus ideas sin detenerse en su creatividad, sintiéndose más seguros y acertados en sus pensamientos y forma de actuar.

  

De todo cuanto acabo de escribir se deduce que la prudencia se muestra en mayor grado en la forma de hablar y actuar, lógicamente, en el tiempo de madurez o vejez de las personas que, con toda seguridad, aplicarán al tomar sus decisiones su gran experiencia proporcionada por sus numerosas y diversas vivencias. No cabe duda de que experiencia y prudencia van cogidas de la mano y van creciendo juntas con el paso del tiempo. Y pienso que, al igual que el mundo necesita de los jóvenes atrevidos e innovadores, también precisa de la experiencia  de los de edad madura o avanzada, que, aunque puedan estar jubilados, pueden también, con sus aportaciones importantes, aumentar el progreso y nivel de bienestar de nuestra sociedad, basándose en su mayor capacidad de prudencia.

  

No renunciemos nunca, por muy avanzada que sea nuestra edad, a realizar dicha tarea de aportar nuestra experiencia, ayudada con nuestro buen nivel de prudencia. Si lo hacemos así, creo que el mundo y la historia, a la corta o a la larga,  también nos lo agradecerán.

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