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A corazon abierto
(por Demetrio Mallebrera Verdú)

LLEVAMOS OCULTO


     La parte invisible de cada uno es una parcela de nuestro ser con capacidades, dimensiones, objetivos y resultados insospechados. Tanto es así que podríamos lanzar el reto de ver quién es el chulo que se atreve a explorar todas las autovías, caminos y sendas de nuestra parte escondida, porque no nos lo van a facilitar máquinas de navegación lo suficientemente sofisticadas como para llegar a una recalada que nos dé la mejor panorámica para divisarlo todo, incluidos los más recónditos rincones, pliegues, curvas y redondeces de nuestro interior, que ni aún con el mejor guía podría abarcarse todo. Un gran escritor francés, Julien Green, que dedicó buena parte de su vida y su pensamiento a averiguar este embrollo que no le dejaba vivir, dejó escrito palmariamente en su “Libertad querida” que “no habrían bastantes palabras en todos nuestros diccionarios para expresar lo que ocurre un día en el espíritu de un hombre”. Y entiéndase bien: son muchas las cosas que por ahí dentro nos pasan “en cada instante” (subráyese esto), a la vez que están tan ocultas que parecen escondidas tras una puerta de siete llaves, pero interactuando hacia el exterior por vaya usted a saber qué tubería o chimenea, pues con nuestra actuación física, pasando por los filtros anímicos y comunicativos, se plantan en nuestras vidas, y su repetición en nuestra forma de ser y actitudes, nos confieren una personalidad única.

     Esto sí que es el misterio de los misterios. De un tiempo a esta parte, determinadas ciencias sesudas, con cierta base en la física y en la química (otro mundo complejo), parece que se estén acercando por vías magnéticas y mediciones temporales por medio de las ciencias cuánticas a lo que parece imposible de explicar. Más tiempo llevan los caminos neuronales que, estudiados por la medicina, encuentra algún que otro razonamiento en la psiquiatría, mientras está en la psicología el estudio del comportamiento humano para intentar acercarse a ese profundo cosmos donde anida la animosidad personal. Pero todavía existe algo mucho más antiguo, que a la vez forma parte del desarrollo humano y del que se siguen sirviendo las demás disciplinas: la fantasía, la imaginación, la fascinación. Utilícelas usted y encontrará caminos que no acaban nunca, y hechos y acciones que no tienen explicación alguna dentro de lo que denominamos “nuestras limitaciones”.  Pero de eso nada. ¿Acaso la mente está limitada? El que “siente” la música experimenta gozos inenarrables viajando por donde le lleve la imaginación; el que piensa, filosofa; quien ama puede tener uno o miles de amigos; se disfruta con un cuadro o comiendo opíparamente.

     Quien no vive o revive las reacciones que le vienen del espíritu no puede entenderlas. Sí, ya sabemos que hay personas que no creen en la existencia del espíritu. Algunos se han vuelto locos con ese empecinamiento, cuando a la vista está (porque llega a ser visible) esa presencia y esa sustancia, convirtiéndose en algo palpable. De poco nos sirve ir a parar ahora otra vez en ese rifirrafe cuando los mismos filósofos griegos dejaron de debatirlo hace miles de años (y no porque hubiera un contubernio o un concilio). El espíritu es un cosmos por sí mismo. Al menos, para los que nos encontramos con esas barreras en la mente que son parecidas al dicho de que el árbol no nos deja ver el bosque, decimos en nuestro argot restringido que “el espíritu es así”, infranqueable, pero vital. Es un mundo aparte con sus propias leyes y su propio vocabulario, bien diferenciado, por cierto, del mundo de la materia. Hay demasiadas evidencias de su estado de buena salud y de que forma parte de nuestra esencia individual y social. La intuición –porque no sabemos decirlo aún de otro modo– nos está reclamando que lo atendamos y lo alimentemos. A lo mejor, mientras leemos esto, lo estamos haciendo. Es algo que todos llevamos oculto; y es personal e intransferible.

“El espíritu es un cosmos por sí mismo”

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