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EL SENTIDO DE LA VIDA
(por Gaspar Pérez Albert)


     Nuestro comportamiento en la vida no transcurre casi nunca de forma espontánea o caprichosa. Cada actitud, cada vivencia, cada actuación nuestra tiene su porqué, su móvil, su motivación –llamémosle como queramos-, aunque sea casi imperceptible.

     Actuamos motivados por pura obligación para cubrir nuestras necesidades vitales básicas, conseguir siquiera una subsistencia digna o, tal vez, mejorar nuestro nivel de vida personal, familiar o de nuestro entorno, consiguiendo bienes o privilegios que nos hagan la vida más cómoda y placentera. Hay quienes todo lo hacen por ambición y hasta por pura avaricia para obtener riquezas o simplemente caprichos. Asimismo, hay veces que nuestra naturaleza –léase salud- nos obliga a realizar sacrificios o actos nada agradables para vencer cualquier mal que nos afecte. Habría cientos de motivos más, sin duda, que, según para quien, pueden llegar a ser muy importantes. Y solo unos pocos –dichosos ellos- pueden encauzar su existencia haciendo lo que en verdad les gusta o les complace.

     Esta situación de dependencia de algo que condiciona nuestra actitud ante la vida, se mantiene, desgraciadamente, durante casi toda nuestra existencia. Solo al final, cuando nuestro ciclo laboral se termina, al llegar nuestra jubilación, se suele mitigar, toda o en parte. Cuando nuestras necesidades económicas personales o familiares parecen cubiertas y nos podemos liberar de ciertas obligaciones, al menos parcialmente, podemos comenzar a actuar sin atender a motivos que nos dirijan u obliguen, siempre que nuestra salud lo permita. Claro que, esta “rebaja” de nuestra dependencia al actuar, no es aplicable a todo el mundo, pues, por desgracia, muchas personas, por diversas circunstancias, siguen atadas en su forma de actuar de por vida. Existen estas numerosas lamentables excepciones.

     Y así, hablando en general,  libremente y sin dependencia alguna, podemos llevar a cabo ciertas actividades de nuestro gusto o afición que siempre hemos querido hacer. Todo ello nos ayudará a vencer el tedio inicial y la desorientación lógica por no saber qué hacer ante el cambio radical que experimentamos al cesar nuestro ciclo laboral y, sobre todo, nos mantendrá activos, lo cual es muy importante para la salud y para disfrutar y ser felices el resto de nuestra vida. Nada más y nada menos.

     Dentro de nuestras posibilidades, obviamente, sería bueno practicar ciertas actividades físicas de pequeño esfuerzo y/o riesgo, como puede ser pasear e incluso practicar el senderismo. Esta práctica en buena compañía, compartiendo experiencias, resulta muy gratificante. Y no lo es menos, para los que les guste leer o escribir, hacerlo, sin prisas y de los temas que más nos apasionen. Los juegos de azar o de salón, sin ánimo de lucro o beneficio, pueden ser muy divertidos. Igualmente resulta agradable presenciar en directo aquellos deportes o espectáculos que nos complazcan, así como ver un buen programa, de nuestro gusto o afición, en nuestro televisor.

     Todas estas actividades y muchas más pueden sernos muy satisfactorias. Y en mayor medida lo serán aquellas, con las cuales podamos prestar nuestra ayuda o solidaridad de cualquier tipo a nuestros semejantes más desfavorecidos. En este caso el gozo que experimentan nuestros corazones es inmenso.

     Con todo lo expresado he pretendido dar a entender que en nuestra edad madura tenemos la oportunidad de realizar esas aficiones y gustos de toda nuestra vida que no habíamos podido realizar anteriormente, por los distintos motivos antes apuntados. De este modo nuestra actitud nunca será consecuencia de dependencia alguna. Y así nuestra existencia recobrará su sentido. El sentido que a nuestra vida le habremos dado practicando las actividades que hayamos elegido.

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