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______________________________ Y III.- Viejos

A propósito del Año Europeo del Envejecimiento Activo

Antonio Aura Ivorra ____________________

 

 

 

 


Continuamos con este ejercicio de reflexión: Miguel y José Luís, ambos mayores y solteros, en su habitual paseo matinal se encuentran a diario en un parque de la ciudad próximo a sus residencias. Ambos son futboleros que recuerdan con añoranza sus buenos tiempos – ¡ah, que tiempos! –, cuando practicaban con pasión el fútbol allí mismo, entonces planicie árida en las afueras, con camiseta raída, calzón corto y remendado, alpargatas artesanales de fabricación local y sueños madridistas o culés… o sevillistas o del Atleti, vete tú a saber. Aunque físicamente ya no ejercitan su afición, su fervor permanece inquebrantable. Discuten y se acaloran con frecuencia mostrando su energía dialéctica con gestos temblorosos, pero enérgicos, que se agotan en el aire sin mayor efecto que la inevitable excitación de uno y otro.   Aquello sí que era fútbol auténtico… pura fuerza, dice José Luís.

     Ese nerviosismo no pasa desapercibido para algunos zagales que pasean por allí en pandilla con vaqueros deshilachados, zapatillas de marca y auriculares de iPod tapando sus orejas, que al contemplar la escena comentan con sonrisa burlesca: Estos tíos (si de entrada no dicen viejos parece que todos seamos parientes) chochean, ¡ja, ja, ja!, ¡qué sabrán ellos de fútbol…!

     Miguel, que oye los comentarios despectivos, se queda mirándolos y solo alcanza a decir: ¿Has oído, José Luis? ¡Estos sinvergüenzas maleducados… pero si son unos mocosos ignorantes!  No saben siquiera qué es cantar un gol como lo hizo Matías Prats en el Maracaná cuando marcó Zarra… qué grito y qué elegancia… todavía lo sigo oyendo. No como ahora que se desgañitan. ¡Bah, qué sabrán ellos de futbol…!

     Sin apenas hablarse, con tan solo algunas miradas, expresivas, eso sí, han entablado un diálogo de besugos… los viejos por un lado, con su firmeza y seriedad, seguros de su saber, y los jóvenes por otro con sus sonrisas y tono irónico, sientan cátedra y no admiten discusión. La conclusión es que, según todos,  ni unos ni otros saben nada de fútbol… Y cada uno a lo suyo amarrado a sus prejuicios. ¡Pero si ni siquiera se escuchan Miguel y José Luís en su apasionada discusión! Lo que uno u otro diga es dogma de fe. Inamovible por tanto: Procure siempre acertalla /el honrado y principal; /pero si la acierta mal, /defendella y no enmendallà.

     Así que, salvo la fluidez que generalmente, tampoco siempre, se produce en las relaciones familiares o en las que en diferentes ámbitos surgen entre personas–el hombre es un animal social–, las relaciones intergeneracionales precisan de estímulos que las propicien porque de lo contrario el papel de los mayores como agentes socializadores, que merecidamente se les atribuye por su experiencia y general disposición, queda limitado a su entorno familiar. Ahí sí que lo tienen acreditado sobradamente.

     Con ese impulso que se demanda, unos y otros avanzaríamos más hacia el necesario entendimiento, desterrando, eso sí, esa etiqueta de “honrado y principal” que parece facultar a “si la acierta mal, defendella y no enmendalla”. Casos, y no pocos, se ven. Sin embargo, “Las mocedades…” tiempo ha que se escribieron; y en el actual ya no podemos confundir obcecadamente nuestra esencia con nuestra pertenencia. Como personas todos somos principales; pero no igual de honrados. En los demás, siempre en los demás, subjetivamente percibimos las diferencias, pero a lo mejor, si la vida no nos ha puesto a prueba para calibrar nuestrarectitud de ánimo, integridad en el obrar”, que es la honradez, sería saludable al menos indagarla. La nuestra, digo. 

     Yo soy yo, no mi trabajo ni mi posición; ni siquiera mi condición de esposo o esposa o de padre o madre… que son mis circunstancias; y porque nadie se basta solo, se hace necesario ese conocimiento de uno mismo como paso previo para, al menos, comprender a los otros. Puede que así se derrumben los tratos desdeñosos urdidos con egoísmos, prejuicios e ignorancias que impiden el diálogo. El esfuerzo de aproximación carece de excepciones y privilegios: se necesita el de todos para no dejar pasar de largo el tiempo que nos queda.

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