Índice de Documentos > Boletines > Boletín Agosto/Septiembre 2012
 
______________________________ 

Una foto fija

Antonio Aura Ivorra ____________________

 

 

 

 

Cobijada entre dos coches aparcados, allá, cerca del contenedor de basura rodeado de porquería y de moscas, acurrucada en el bordillo de la acera, una mujer negra se protege del sol con un paraguas rojo chillón, desvencijado y raído. Necesita una buena ducha la pobre. Contrasta la blancura de sus dientes y la mirada profunda y limpia de sus ojos con la negrura de su rostro cansado. Su pelo, lanoso, se muestra polvoriento, espeso. En un carrito de la compra, sucio, guarda sus pertenencias. Nadie sabe ni cómo ni cuándo vino a este paraíso perdido. Y mira tú: un perro, sujetado por su dueño con indiferencia, orina en las proximidades sobre la rueda de un coche.

     Semáforo en rojo en el paso cebra. Un hombre sudoroso y despistado, pegado al teléfono, gesticula y cruza sin mirar obligando a un frenazo chirriante que asusta. Ante la mirada de reproche de algunos sigue impávido y llamando la atención con algún gesto soez, hasta alcanzar la otra acera. Dos mujeres esperando el verde allí mismo, hablan, ¡cómo gritan!, y encienden un cigarrillo que comparten y aspiran con ansia una y otra. La primera bocanada de humo parece una nube de algodón.

     Y allí, frente a una oficina bancaria, (las cajas, en catastrófica agitación, se han extinguido como los dinosaurios) un grupo de personas gritan con cacerolas y carteles –LADRONES. QUEREMOS NUESTRO DINERO – con discreta vigilancia de la policía; ni unos ni otros son muchos. Pero la escena se repite con empeño aquí y allá para bochorno de los responsables, enfermos de un hartazgo que por indigesto deberían reparar. Veremos qué dicen los jueces.

     Lo descrito podría ser la foto fija de lo que en algún momento está pasando en cualquier calle de cualquier ciudad española, en este verano de sobresaltos y primas de malquerer.

     Molestan las groserías relatadas y duele la miseria real, que se esconde y hay que afrontar – “La hija de la Paula no es de mi rango/ ella tiene un cortijo/ y yo voy descalzo” –,  porque supera lo ocasional. Y mientras esto ocurre, también proliferan en demasía reclamaciones, no solo ante aquella oficina bancaria, por abusos que alarman.

     Y ello por una relajación extendida como una pandemia, cuyos efectos ya nos alcanzan. Un examen general de conciencia se hace necesario.

     ¿Cómo pudieron ocurrir estas arbitrariedades sin avergonzarnos? Unos abusaron del queso hasta el empacho en tierras de don Quijote; otros esquilmaron los hórreos y pretendieron los pazos; otros más, a son de piano convirtieron su territorio en priorato  trastrocando a conveniencia la regla humilde de San Benito: Ora et labora. Otros, despreciando su alzacuello y enmarañando, llenaron sus alforjas con mayor éxito que el pretendido por aquella yegua del canto de trilla andaluz: “Esta yegua que llevo/ no quiere trilla/ lo que quiere es comerse/ toa la semilla.” Algunos más, chirimía en sus labios, arramblaron el baúl de doña Concha embaucando a propios y extraños. Sí: a propios y extraños. Solo nos han quedado “les albaes” y el “quejío” del cante de las minas, patrimonio intangible, menos mal… Y así, salvo algún parco oasis, la indignidad se acomoda de norte a sur y de este a oeste… Pero, ¿cómo han podido destrozar instituciones más que centenarias, de probada solvencia y con una función social admirable a lo largo de su historia…? Habría que analizar la aparente dejadez y torpeza, ante la mirada atónita de todos nosotros, de cuantos con su magistratura o autoridad política, financiera o administrativa competente, pudieron evitarlo y no lo hicieron. (¿Serian esas sus pretensiones acaso?)

     Nos hemos dotado de leyes, de estatutos, de reglamentos… cuya aplicación evidencia lo que invariablemente se ha sabido: que no siempre lo legal es justo; con la legalidad justificamos la laxitud de nuestras conciencias y se ampara la conducta de quienes de ellas se aprovechan – oportunidades hay– pese al dolor que puedan provocar, como en este caso la ruina de muchas personas e instituciones, por mala praxis y saqueos en forma de salarios, dádivas, dietas, bonus, gratificaciones, pensiones… sin mesura, abusivas, inmerecidas y de escándalo, tan solo por el hecho de estar al pairo. Me parece que, por acción, omisión o indiferencia en algo hemos contribuido todos a este fracaso tan estrepitoso que ahora, ya tarde, lamentamos.

Volver