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El dominó de la CAM

Toni Gil ____________________


 

 

 

 

Allá por los años 70, siendo Jefe de Publicidad de la Caja del Sureste mi hermano Pepe Gil, se regaló a los clientes un estuche conteniendo 28 cajas de cerillas que componían un juego de dominó. Una periodista, Lucia, sabiendo que durante unos años me he ocupado de recuperar elementos históricos para la CAM ha tenido la gentileza de obsequiarme con un ejemplar que conserva todas las “fichas”.

 

     En el estuche, un texto, que escribió mi propio hermano:

  

Soy el Dominó.
 

Aunque se desconocen mi origen y etimología, yo era ya jugado por los chinos, los egipcios y los árabes, si bien de forma distinta a como me juegan en España, a donde llegué a mediados del siglo XVIII.
 

Fueron los italianos quienes me pusieron de moda en España y en Francia. Algunos creen que me llamo Dominó por el color negro de mis fichas en la parte de abajo, como si fueran capuchones que los antiguos se ponían para evitar el frio o disfrazarse. También dicen que me llamo Dominó porque, siendo juego muy sencillo, era usual en los conventos y cuando un monje gana una partida, decía “Benedicamus Domino”.
 

En este juego se emplean 28 fichas, aunque hay otro Dominó, menos corriente, que consta de 55 fichas. Para jugar a Dominó es necesario apostar dinero, y yo me lo tengo moralmente prohibido, ya que por mi propia naturaleza soy sumamente atractivo. Lo importante es ejercitar mucho la memoria y “dominar” a base de sencillos cálculos matemáticos.
 

El limpio recreo de jugar con mis fichas, las bromas que se suceden en una partida, y la satisfacción de ganar, hacen de mí, el Dominó, un juego apasionante.
 

Juéguenme.

  

     Cuarenta años después las fichas del dominó de la CAM parecen hacernos reflexionar sobre los últimos acontecimientos. Hubo un tiempo en el que el número de miembros del Consejo de Administración sumado al Comité de Dirección sumaba la cifra de 28. Parece que en los últimos años estos responsables, lejos de “ejercitar la memoria” recordando anteriores crisis del ladrillo –sin ir más lejos la de inicios de los años 90- y a base de “sencillos cálculos matemáticos” metieron a la CAM a “apostar dinero” sin tener en cuenta que lo tenían “moralmente prohibido” pese a ser un objetivo “sumamente atractivo”.

 

     Lo que era un proyecto “apasionante” –una Caja de Ahorros, me dijo una vez Miguel Romá, es un negocio centimero: es más cauto ganar unos pocos céntimos con mucha gente, que muchas pesetas con poca- parece que se convirtió en un “juego” que estaba “de moda en España”, y que finalmente ha teñido de “color negro”  el saldo en cuotas de muchos ahorradores.

  

     Así que no es de extrañar que las fichas,  puestas en fila, como la credibilidad de unos cuantos que están en la mente de todos, vayan cayendo una tras otra.

 

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