Confieso que, a veces, fui cautivo
en la cárcel de mi propia felonía,
atacando a mis virtudes cada día
y negándoles el ser del ser amigo.
Confieso que, a veces, yo lloraba
cautivo en una cárcel de agonía
pues, analfabeto de amor, no sabía
nada de ese amor que me esperaba.
Confieso que, un día, encontré el amor.
No fue cuando yo lo buscaba,
más bien fue él quien me halló.
Felicidad, ternura o dolor
compartíamos cuando tocaba
y, desde entonces, nunca falló.