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Grafitis y grafiteros

Francisco L. Navarro Albert ____________________

 

 

 

 

Hoy en día resulta extraordinariamente difícil pasear por una ciudad, ya sea española o de cualquier otro país, sin encontrar una muestra de esa actividad que se conoce como “grafiti”.

     Lamentablemente, buena parte de lo que vemos  produce un sentimiento de repulsa, puesto que se limita a garabatos y firmas que quizá conduzcan a algún estado de trance al autor y le hagan flotar en una dimensión desconocida, pero a la mayoría de los ciudadanos nos parecen simple y llanamente chapuzas que ensucian las fachadas y mobiliario urbano, dando, además, la sensación de encontrarse en un entorno degradado.

     Hay, sin embargo, una parte de los autores de grafitis que trabajan con verdadera dedicación y sentido artístico, creando obras cuya belleza puede, al contrario que las citadas anteriormente, dotar al soporte que las contiene y a sus alrededores de cualidades de las que, como edificios o simples espacios vallados, carecían.

     En algunas ocasiones he seguido la realización de grafitis en lugares para los que se había obtenido autorización previa, e incluso se había contratado específicamente a los artistas para la realización de la obra. Los resultados muestran que es una actividad que, encauzada debidamente, podría dotar a cualquier ciudad de un aspecto más atractivo, ocultando a la vez fachadas o elementos urbanos cuya apariencia original es totalmente ofensiva a la vista.

     Me ha llamado siempre la atención la facilidad con que estos artistas, pues así los considero, son capaces, con tan solo un vistazo, de plasmar en una gran superficie, sin medidas ni acotamiento, el boceto que han dibujado previamente en un simple folio.

     Esta atracción me ha movido a que aproveche cualquier paseo por la ciudad, o mis viajes, para fotografiar aquellos que me han parecido más elaborados, sin desdeñar otros que, aunque basándose simplemente en un texto, ponían de manifiesto algún hecho cuya significación social, política o laboral, mostraban el estado de ánimo de sus autores con relación al mismo.

     De igual modo que un cuadro puede versar sobre cualquier tema y método de trabajo,  sin que quepa cuestionar su belleza estética o su contenido, puesto que al fin y al cabo son expresión subjetiva del autor y, por tanto, pueden no ser apreciadas en absoluto por el observador, en el grafiti hay expresiones que demuestran una preparación muy cuidada, en tanto que otras se llevan a cabo mediante la técnica del estarcido, es decir, una plantilla en la que se ha recortado la imagen que se quiere plasmar y sobre la que se aplica la pintura pulverizada. Estas últimas son, generalmente, monotemáticas y suelen ser repetitivas en cuanto a su aplicación, que abarca zonas urbanas concretas, por lo que he podido observar.

     Resulta interesante observar cómo en las proximidades de colegios e institutos hay una proliferación de muestras de grafitis, por lo general de extensas proporciones, aprovechando los vallados de dichas edificios. Es curioso el hecho de que los autores, de modo general, suelen respetar las obras de otros durante bastante tiempo. Este respeto a lo ajeno es lamentable que no sea extensible a otras manifestaciones.

     Gracias a estas manifestaciones de arte callejero, rostros humanos, animales, seres reales o imaginarios, denuncias políticas o contra la guerra, rótulos indescifrables pero con un colorido e imaginación extraordinarios, son hoy ineludibles objetivos de nuestra mirada, ya sea para apreciar su belleza o para denostar a su autor. En todo caso, una muestra más de lo que el ser humano es capaz de hacer para dejar huella de su paso por la vida.

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