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______________________________ a corazón abierto

Entendimiento, luz para guiarnos

Demetrio Mallebrera Verdú ____________________

 

 

 

 

El muchacho que habíamos presentado ya se ha emancipado, si no económicamente por culpa de las dificultades de la crisis económica, sí es culturalmente positivo al dejar que se guíe por la vida con entendimiento, raciocinio, conocimiento y estudios, que todo es lo mismo cuando se va buscando crecimiento personal, mientras se camina por las rutas de la vida que le llevarán a averiguar, a preguntarse, a responderse si va interiorizando lo que va aprendiendo y enriqueciéndose sin parar. Unos dirán que va cargando las pilas, otros que acumula en la memoria enseñanzas que van abultando en la mochila juicios, razonamientos y pensamientos en torrente arrebatador, incluso están los que creen que la inteligencia es el cimiento de nuestra personalidad, la puerta que nos abre el mundo, la luz del alma, algo tan maravilloso que hasta la tradición clásica griega adjudicaba a una gracia superior, a un destello de la divinidad. Y, si somos sinceros, observadores y “usuarios” de sus dones, diremos que no lo creemos exagerado. Sólo  tiene uno que dejarse llevar por ella, descubriendo sus favorables efectos y beneficios (ojo aquí, que también podrían ser perjudiciales si tropiezan con manipulaciones), y quitarse el sombrero reconociendo que es lo más elevado que hay, lo propio y exclusivo que enaltece al ser humano. Gracias a su existencia comprendemos y dominamos nuestro entorno, nos relacionamos, nos gobernamos nosotros mismos.

            Hay otra forma de verlo que parece menos portentosa, y quizás más entendible. Es la definición que nos da Jaime Balmes, en El Criterio, al decir que “el entendimiento es un don precioso que nos ha otorgado el Creador, es la luz que se nos ha dado para guiarnos en nuestras acciones”. Es probable que se entienda así mejor, pues la luz aporta la claridad que necesitamos para entender y verlo todo, aunque corre el riesgo de que alguien quiera coger el rábano por las hojas y lo defina como algo ajeno, como cosa que está fuera de nosotros, como un apoyo práctico del que alguien, o sea otro, se ocupa, y ha de estar atento al mantenimiento de ese foco de luz. Es cierto que hay que estar atentos para que la lámpara no se apague ni se quede temporalmente a oscuras que nos obligue a ir a tientas, incluso que no dé inadecuadas sombras o deje partes oscuras, pero nada se consigue si no entra en juego la voluntad o la conciencia de querer saber, y eso ya conocemos que es de dominio personal e intransferible, aunque lo del mantenimiento y la necesidad de apoyarse en algún bastón o bracete también resulte una obviedad con la que hay que contar, o sea que se tenga un cicerone, un guía, un maestro empollón y docto. El propio Balmes hablaba de esto y de una buena dirección no solo para no extraviarse, sino incluso para no pasarse.

            El profesor universitario Juan Luis Lorda, teólogo y antropólogo, aparece justo aquí para recordarnos que “no está en nuestra mano ser más o menos inteligente, y que no es fácil tampoco saber lo que eso significa, pero sí que está en nuestra mano educar la inteligencia”. En todas las esferas de la acción humana comunicativa donde interviene la libertad, las cosas pueden hacerse mejor o peor según criterios muy personales, dejando espacio para interiorizaciones profundas que se transformen luego, si quieren, en pensamiento puro, en creatividad, en arte que se mide en escalas de dificultad interpretativa y transmisora, en acierto y oportunidad. Es que la inteligencia tiene también su belleza y, diríamos, “sus momentos”, o sea, se mueven por enmedio criterios hondos o superficiales, condicionamientos de la cultura según modas y lugares, crítica, recursos, proyecciones y otros elementos que supeditan, favorecen o entorpecen. La libertad es un riesgo que es preciso asumir por parte de todos porque es la gran apuesta en la que está metida la humanidad entera, y da la medida de nuestro entendimiento.

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