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LA  FUERZA  DE  LA  PALABRA

 

 

José Miguel Quiles Guijarro

 

 

Somos un país más dotado para las letras que para las ciencias; los pueblos que vivieron antes en nuestro suelo, al parecer, eran más aptos para el arte que para otras ramas de la sabiduría. Podríamos asegurar que ningún otro país goza de tanto “teórico” de cafetería como el nuestro, ni de tanta facilidad para resolver crucigramas. Nuestra historia se escribe a base de frases célebres y tenemos una genialidad natural para hacer un chiste oportuno de cualquier acontecimiento social. Hubo un tiempo en el que la brillantez y el buen estilo oratorio en la tribuna eran signos inequívocos de un recto proceder en la vida y de segura honestidad política.

 

Pero el exceso de palabras nos pierde, el concepto que queremos transmitir se pierde casi siempre en la abundancia: demasiada palabrería. El escritor argentino Jorge Luis Borges va más lejos al decir: “Nos entendemos… a pesar de las palabras” Es decir, el escritor desconfía de esa barrera “palabrera” en la que se suelen envolver los sentimientos para dulcificarlos, enturbiarlos y a veces confundir a quien los oye. Por ello considera a la palabra un obstáculo para el buen entendimiento.

 

Un hombre tranquilo que en la tertulia remueve reposadamente su café con la cucharilla, cuando entra en conversación no sabe contener sus emociones, se altera, habla, opina, la mano abandona la cucharilla para adquirir un gesto enérgico, su lengua va tomando más velocidad de la que el cerebro es capaz de abastecer de razonamientos, alza la voz, se le contesta en los mismos términos. Nadie convence a nadie, las palabras excesivas carecen de fuerza y es rara la vez que este hombre no termina arrepentido de haber dicho algo que no debiera.

 

La palabra, como principal medio de comunicación, necesita ante todo ser escuchada. Lo importante es quién habla, dónde se habla y sobre todo cómo se habla. La palabra necesita del marco de la expresión corporal. No llega igual una frase envuelta en una sonrisa afectuosa que la misma frase dicha con un gesto imperativo o con un punto de insolencia. La expresión del semblante es fundamental en la comunicación, nuestra mirada exterioriza nuestro sentimiento perfectamente, la palabra lo ratifica. Viene al caso una anécdota tomada del periodista Emilio Romero. En los años cuarenta se celebró en Madrid un ciclo de conferencias y coloquios sobre tauromaquia, participaron empresarios,

ganaderos, críticos, literatos, etc… todos ellos aportaron en las reuniones lo más precioso de su retórica taurina. En la última conferencia se entregó a “Manolete” un trofeo, tal vez conmemorando su participación en la Feria de San Isidro. El diestro estuvo respetuosamente callado toda la velada, al recibir el galardón, “Manolete” dijo: “Musha grasia…” aquellas dos palabras fueron la esencia de la tauromaquia. Nadie al hablar había llegado a la sustancia taurina tanto como lo hizo el torero con tan breves palabras. Esa es la fuerza de la palabra.

 

 

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