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Amarrados con Roberta Flack

 

 

JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO

www.joseferrandiz.com

 

Esto de la nostalgia tiene sus cosas, por eso la presencia de Roberta Flack en el último Festival de Jazz de Alicante me resultó excitante. Les diré por qué.

Todavía conservo el single de los años setenta con aquella composición lenta titulada “Suavemente me mata con su canción”. A ese single le debo los arrumacos más premeditados de mi adolescencia temprana, cuando amigos y amigas quedábamos a bailar y llevábamos uno de aquellos tocadiscos de pilas. Eso ocurría en un pueblo pequeño y los bailes los organizábamos en un caserío deshabitado, al aire libre, junto a una balsa que todavía está, o en una cochera. Cuando tocaba la cochera el ritual que nos montábamos con Roberta Flack era sublime: los chicos, a los que siempre nos ha gustado bailar las tonadillas lentas bien seguros, amarrados a la pareja para no caernos, descubrimos que su pieza duraba –si no recuerdo mal– algo más de seis minutos. Era la más larga del repertorio de discos disponibles. Así que mis compañeros, cada vez que se acercaba la tarde del festín, me mimaban mucho.

—Que no se te olvide el de Roberta Flack –insistían–.

A mí, claro, no se me olvidaba, entre otras cosas porque el ritual lo teníamos muy ensayado. El que hacía de pinchadiscos se convertía en cómplice perfecto; nos acercábamos a él con sigilo y le preguntábamos.

—¿Cuándo vas a poner el de Roberta Flack?

Y él nos informaba.

—Dentro de tres canciones, si queréis apago la luz.

Esa señal nos ponía en ventaja, pues cada cual le pedía bailar a la chica que le interesaba  en  el mismo momento en el que la aguja se posaba sobre el vinilo espera-

do. Y entonces venían seis minutos y pico de lo más sugerentes, pasara lo que pasara, minutos en los que la cantante americana nos mataba suavemente, muy suavemente, con su canción. Hicimos todo lo posible para que no pareciera preparado, pero creo que las chicas, que a menudo exhibían una fuerza considerable en los brazos para mantener nuestro tórax a distancia, descubrieron el truco. De hecho, una tarde el pinchadiscos la puso seis veces y a la séptima protestaron.

—¡Pero bueno, otra vez la misma!

 

 

 

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