Índice de Documentos > Boletines > Agosto / Septiembre 2006
 

M I L A G R O S

 

Francisco Luis Navarro Albert

 

            Hace unos días conducía mi vehículo tranquilamente por una de las calles de la ciudad y me adelantó otro, nuevo por su matrícula pero de aspecto deplorable, como si hubiera realizado la travesía del desierto en plena tormenta de arena. Mas lo que llamó mi atención no fue tanto su aspecto como una frase que pude leer, aún a costa de cambiar de carril de circulación y aminorar la velocidad, escrita -casi podría decir que esculpida- sobre el polvo de su parabrisas trasero:“Dios hace milagros, pero no lava coches”. Ni más ni menos.

            He estado pensando mucho en el significado profundo de la frase, más allá –seguramente- del sentido jocoso con que fue escrita y, tal vez, el conductor del vehículo no la había borrado por el mismo motivo, porque valía la pena reflexionar sobre ella, al margen de la afinidad religiosa de cada uno.

            ¿Quiso el autor, simplemente, actualizar el antiguo refrán “a Dios rogando, con el mazo dando” adaptándolo a la nueva situación socioeconómica del país ?

            Tal vez. Lo que es evidente, sin duda, es que muchas de las actitudes, prácticas sociales, modo de vivir y actuar tienen -en ocasiones- mucho que ver con nuestras aspiraciones de recibir algo -ya sea bienes, reconocimiento, nivel profesional, etc.- a lo que nos creemos con derecho, plenamente convencidos, sin que haya habido por nuestra parte la suficiente aportación de medios, esfuerzo, ilusión…

            El simple hecho de existir no nos da derecho a nada, aunque los mecanismos sociales hayan previsto los medios para que determinadas cuestiones no queden expuestas al azar y, en un ejercicio de solidaridad obligatorio a través de los impuestos, dirigido a los que -teóricamente- más tienen, permite dispensar comida, atención médica, servicios sociales, etc. a los que son menos afortunados, aunque esta solidaridad llegue también, desafortunadamente, a personas cuyo único oficio es aprovecharse de las ventajas de vivir en sociedad, omitiendo sus deberes para con ella.

            Por ello, siempre me ha parecido que, no teniendo derecho a nada que no hubiera sido ganado con esfuerzo, era necesario ir un paso por delante de las exigencias de mi trabajo aún a costa de sufrir (como ha sucedido en ocasiones) un cierto grado de abuso por parte de quien yo entendía debía reconocer mi mérito  o cualificación. No me arrepiento de ello; me ha servido de mucho. Por un lado he aprendido a preguntarme a mi mismo: “¿seré merecedor de lo que quiero?”. Por otro lado he ido desarrollando la capacidad de tener paciencia ante el desarrollo de los acontecimientos.

            Y, bien pensado, ¿importa tanto el reconocimiento ajeno de nuestro mérito, o es más importante reclinar la cabeza sobre la almohada y sentir, al conciliar el sueño, que la única pesadilla que puede alterarlo es la debida a la mala digestión por una cena tardía?

            Hay ocasiones en que miro las palmas de mis manos como si fueran un recipiente y me digo a mí mismo que me gustaría -cuando llegue el momento del final e ineludible último viaje- encontrarlas llenas porque he hecho mis deberes como persona, como esposo, como padre, como profesional, como ciudadano…

 

              No siempre resulta fácil hacer bien los deberes cuando hoy parece que nada importe sino el dinero, el poder… cuando los valores morales que nos transmitieron nuestros ancestros tienen tan mala propaganda que a veces dudamos en ser buenas personas en un entorno donde lo único que parece tener reconocimiento es el haber sabido aprovechar un buen pelotazo. Pero, seguramente, a poco que nos lo propongamos siempre podremos encontrar un momento para lavar nuestro coche, aunque luego pidamos a Dios que no llueva para que se conserve limpio.

Volver