Índice de Documentos > Boletines > Boletín Mayo 2006
 
  - EL TEMPLO DE LA NATURALEZA * Naranjo de Bulnes
 
Ya ha transcurrido holgadamente un siglo desde que el esbelto Naranjo de Bulnes, de 2.519 metros de altura fuera coronado por primera vez por el marqués asturiano Pedro Pidal, acompañado por el aldeano leonés Gregorio Pérez ´el Cainejo´.

No era el pico más alto del macizo de los Urrieles, en el corazón de la cordillera Cantábrica, pues la cumbre del Torrecerredo es más alta y la Peña Santa es más grandiosa, pero el Picu Urriellu, como también es conocido el Naranjo, sí que era la atalaya más majestuosa y tentadora, la silueta más inexpugnable y desafiante.
El acontecimiento tuvo lugar el 5 de agosto de 1904, una época en la que el alpinismo no estaba todavía arraigado entre los deportistas y aventureros españoles y era territorio más propio de ingleses o franceses, sirviendo esa proeza para despertar el interés en el suelo patrio, lo que posteriormente ha significado una dedicación colmada de practicantes y bastante abultada en cuanto a participación y logro de reconocidos éxitos hasta conseguir en nuestros días una hornada interesante de amantes del montañismo, deporte del riesgo y del disfrute simultáneo de la naturaleza en su manifestación más auténtica.
La peripecia, pues, de esos excursionistas pioneros, ha traído a nuestros días un doble efecto positivo: un decidido impulso por la superación del hombre asumiendo y controlando riesgos, y un recuperado y necesario respeto por el medio ambiente con el objetivo comprometido de su estima y conservación.

Como suele ocurrir, esta tendencia original hacia las cosas y elementos de la naturaleza, surge de esas personas que ven en el campo el lugar de esparcimiento y de labores cinegéticas.
El quijote protagonista de este evento que hoy recordamos gracias al reportaje del periodista Ignacio Uría, publicado en Nuestro Tiempo, el gijonés y marqués de Villaviciosa Pedro Pidal Bernaldo de Quirós, era un hombre polifacético: político jocoso y divertido (diputado con Cánovas y nombrado senador vitalicio del Reino por Eduardo Dato), deportista que participó a título personal en la Olimpiada de París de 1900 y ganó la medalla de plata en el concurso de tiro de pichón, gran cazador compañero de batidas de Alfonso XIII, y convencido defensor de los parques naturales que empezaron a regularse en tiempos de su padre que también fue reconocido político.
Por esas aficiones fue gran amigo del cazador Gregorio Pérez ´el Cainejo´ (cuyo nombre más o menos quiere decir ´procedente de Caín´), hombre rudo de campo, profundo conocedor de los parajes rocosos asturianos, pues vivía allí.
Y entre los dos, trepando por las grietas del Naranjo, se apuntaron la gran hazaña mientras ascendían sin apenas poder observar lo que iban dejando a sus pies, ya que una niebla densa se lo impedía convirtiéndose así en fiel aliado superador de temores. Sólo veían la cima que notaban cada vez más cercana y que parecía que les llamaba y les reclamaba un escondido instinto de conquista que surgió cuando completaron la escalada alcanzando la esperada cumbre.

En la esencia del montañismo está la derrota de la montaña arrogante e inaccesible a base de poner en ello afán de superación, técnica y habilidad, constancia y adiestramiento, todo ello bien aderezado por un espíritu de entrega y valoración permanente del sacrificio, así como del reconocimiento a las facultades del ´adversario´. Cuando las cosas cuestan es cuando mejor las apreciamos.

La gran lección de esta historia está en el epitafio que está esculpido sobre la piedra de la tumba de Pedro Pidal en los Picos, ´allí donde conocí la felicidad de los cielos y de la tierra,
´allí donde pasé horas de admiración, emoción, ensueño y transporte inolvidables, allí donde adoré a Dios como supremo artífice en sus obras, allí donde la Naturaleza se me apareció verdaderamente como un templo´.

La gesta supuso un hito que se evalúa mucho mejor contemplando sus consecuencias mientras seguimos mirando fascinados la gigantesca mole, la maravilla de la creación.

Volver