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EL COMPROMISO
  Influiría el poder de las palabras, deduzco, porque cuando leí entre otros comentarios uno que concluía diciendo “Escribe como Dios”, me empeñé en saber cómo escribía Benedicto XVI, lo que nos decía en su primera Encíclica ´Deus caritas est´.

Y, la verdad, después de haberla leído, comprendí que mejor no pudo resumirse y que empeño vano hubiera sido otra manera de compendiarla por parte de cualquier columnista. Hay que leerla. Son cuarenta folios sin desperdicio. Pero ¿cómo darla a conocer? Sólo con la humildad de un menestral, podría espigar algunos párrafos para que, a modo de trailer, despierten interés:

“En un mundo en el cual a veces se relaciona el nombre de Dios con la venganza o incluso con la obligación del odio y la violencia (…) –dice el Papa–, deseo hablar del amor, del cual Dios nos colma, y que nosotros debemos comunicar a los demás”. (…) “Mi deseo es insistir sobre algunos elementos fundamentales, para suscitar en el mundo un renovado dinamismo de compromiso en la respuesta humana al amor divino”.

Destaca como arquetipo por excelencia, “(…) el amor entre el hombre y la mujer, en el cual intervienen inseparablemente el cuerpo y el alma, y en el que se le abre al ser humano una promesa de felicidad que parece irresistible, en comparación del cual palidecen, a primera vista, todos los demás tipos de amor”.

Rememora el Papa el mundo precristiano, y dice: “Los griegos –sin duda análogamente a otras culturas– consideraban el eros (amor) ante todo como un arrebato, una “locura divina” que prevalece sobre la razón, que arranca al hombre de la limitación de su existencia y, en este quedar estremecido por una potencia divina, le hace experimentar la dicha más alta”. Habla del culto a la fertilidad, y que la prostitución “sagrada” se daba en muchos templos. Y nos aclara que el amor “se celebraba, pues, como fuerza divina, como comunión con la divinidad”.

En otros aspectos, dice: “La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado”. (…) “El Estado que quiere proveer a todo, que absorbe todo en sí mismo, se convierte en definitiva en una instancia burocrática que no puede asegurar lo más esencial que el hombre afligido –cualquier ser humano– necesita: una entrañable atención personal”. (…) “Una parte de la estrategia marxista es la teoría del empobrecimiento: quien en una situación de poder injusto ayuda al hombre con iniciativas de caridad –afirma– se pone de hecho al servicio de ese sistema injusto, haciéndolo aparecer soportable, al menos hasta cierto punto. Se frena así el potencial revolucionario y, por tanto, se paraliza la insurrección hacia un mundo mejor”.

“El cristiano sabe cuándo es tiempo de hablar de Dios y cuándo es oportuno callar sobre Él, dejando que hable sólo el amor” (…) “La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política. (…) “La actividad caritativa cristiana ha de ser independiente de partidos e ideologías”.

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