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´NO SABES VIVIR, PEPITO...´
 
No gozo como yo quisiera de mi amistad con Juanito Trueba, nos vemos de largo en largo, y cuando nos vemos, hablamos de todo, (y lo que es aún peor hablamos de “todos”) ocurre que cada vez que me tiene delante, me da unas cariñosas palmaditas con la mano derecha en la mejilla y me dice:

-¡Coño Pepito… que no sabes vivir! Que se lo van comer todo los hijos… y lo que es peor las nueras… ¡las nueras! ¡Vive, hombre! ¡Lo que yo te diga a tí!

Tanto es así, que imbuído ciertamente en la creencia de que no he sabido entrar en la verdad de la existencia humana, decidí hace unas fechas hacerle caso y “vivir” ¡”vivir”!. Quedamos para el sábado.

-¡Hecho! Nos vamos con las mujeres a “El Cacereño” – me dijo - ¿No conoces “El Cacereño”? Allí es todo a base de montaditos… montaditos de lo que quieras y a buen precio. Nosotros vamos casi todos los sábados…a nuestra edad el estómago es uno de los pocos órganos que nos proporciona placer. Yo diría que el único ¿no te parece?

”El Cacereño” es un pseudo-typical-spanish con barriles de vino y carteles de toros. Estos bares rústicos parecen tener cierta permisividad en lo tocante a limpieza y el suelo está lleno de servilletas, palillos, huesos de oliva… Una nube invisible de mil olores invade el local; este olor denso de los restaurantes siempre me el regüeldo de fritanga de cebolla. Y además me aprietan un poco lo zapatos.

-Hay que esperar en la barra… - me indica mi amigo - unas cervecitas… ¡Pepito coño alegra esa cara!… Aquí los sábados se pone así de gente… - y le hace cosquillitas al aire con las yemas de los dedos.

Unos minutos después Trueba hace un movimiento extraño, tira la gabardina sobre unas sillas y nos dice:

-¡Vamos! ¡A esa mesa, la del rincón!... si no llego a estar listo nos la quitan …

Nos sentamos y Trueba maestro indiscutible del buen vivir hace de anfitrión.

-Vamos a ver tú de qué quieres los montaditos… pide de lo que quieras… aquí hay de todo.

Una vez puestos de acuerdo en cuanto a la pitanza mi amigo llama al camarero. Y me quedo sorprendido; él, que en clase retenía muy poco en la memoria, le va contando al chico, que toma nota:

-Vamos a ver.. tenemos tres de atún de zorra, dos de morcilla negra, cuatro de paté, dos de beicon, dos de choricito de ese pequeñito vuelta y vuelta, uno de española y dos de queso blanco con anchoas y pimienta… ¡Ah y un par de jarritas! – luego me mira y me dice: la suerte que hemos tenido, porque aquí uno se puede tirar una hora en la barra…

A mi los piés me duelen ya despiadadamente, no se puede hablar porque el murmullo ahoga cualquier intento de conversación, hay que decir poco y lo poco gritando. Estoy ciertamente sorprendido de cómo dos rodajitas de pan y media morcilla de cebolla pueden tener tal poder de convocatoria. Pero la verdad es incontestable. El recinto está a rebosar. Media hora después el chico nos trae una fuente con una montaña de montaditos, vuelve rápido y nos deja cuatro jarritas y dos jarras grandes de cerveza.

-Nada más.. luego si acaso…- le indica mi amigo.

No tengo apetito pero acometo a la fuente y Trueba me vuelve a sorprender.

-Un momento… ¿tu no pediste dos de paté y uno de queso con anchoas…? Ese que has cogido no es de los tuyos.

Realmente yo me comería igualmente cualquiera de ellos pero por lo visto el paladar ha exigido un determinado placer que no puede cambiarse así como así.

Una vez terminado el ágape a Rosa, la mujer de Trueba, se le ocurre decir:

-Hay..que traigan una cervecita, como si tuviera sed…

Esto supone veinte minutos mas de dolor por los zapatos, de hablar gritando, de mirar con anhelo la puerta de salida, de recibir codazos de la gente. La cuenta. Como cada montadito tiene su precio, Trueba vuelve a dar muestras de su talento y nos asigna a cada matrimonio el precio justo de lo consumido.

Por fin salimos y Trueba no para de alabar las excelencias de “El Cacereño”

-Fíjate… esa pareja, la chica rubia, entró poco después de nosotros y no han podido coger mesa hasta ahora… El tío se forra… pero que se forra , eh?

Nos despedimos.

-Tenemos que hacer esto más a menudo… ¡Espabila Pepito, coño, que la vida son dos días…y uno lo pasamos durmiendo!

Cuando por fin llego a casa, me descalzo, me aseo, me zambullo en el dulce frescor de las sábanas y, con el índice, pulso el botón de la cadena musical… suenan unos “Divertimentos” de Mozart. Entonces una dulce y profunda satisfacción me invade… mientras pienso si realmente he equivocado la línea de mi existencia.


 

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