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LA TARRAFA, LA TRAIÑA
 
En un pueblo costero, en una calle formada por una hilera de casas en un lado y en el otro una hilera de palmeras que la limitan del mar, en hogares distintos, en la ribera del Mediterráneo vinieron al mundo Juan y Vicente; el mismo día del mismo año.

Se criaron juntos, vecinos y amigos del barrio y del colegio; de buena mañana uno iba a buscar al otro y casi el resto del día lo pasaban juntos. Esto lo recordaban tras muchos años de separación en un paseo nostálgico y sosegado.

- Recuerdo nuestra niñez. Aquellos días de constante diversión, sin preocupación alguna, escuela y juego, con la variedad de juegos: fútbol, pelota, galop, el escondite, arca… pero de toda aquella vida tengo un recuerdo que, no sé por qué, se mantiene siempre fresco, y algunas veces acude a mi mente nostálgica a estas alturas de mi existencia, y más cuando contemplo a mi hijo: es aquella tu imaginación desbordante con la que me arrastrabas a mí. Me refiero a determinados sucesos que nos acompañaron durante nuestra infancia y pubertad. Y también en nuestra mocedad.

-Sí, hablo de las visiones nocturnas que en cierta época del año te poseían. La luna bajaba -me explicabas-, bajaba del cielo y se posaba en la superficie del mar, y tras deslizarse y danzar sobre ella en solemne ceremonia, se cubría con un gran manto de brillantes que relucían en las aguas, y luego, recogida la larga y luminosa cola, se alejaba mar adentro; y las preguntas y explicaciones que nos hacíamos eran según tú, la coronación de la diosa Luna; yo sostenía que la luna había descendido para unirse con su amado, y los peces participaban en la ceremonia. También podría ser que la Luna viniera a iluminar la aparición de una virgen niña. Pero lo que predominó, y al final aceptamos como verdadero, era el argumento de la Sirena cuyo amado habitaba en nuestra vecindad, y en aquellas noches de aniversario venía a llorar su amor imposible y la luna era el faro que la guiaba en aquellas noches de peregrinaje.

-Y nadie nos creía; al contrario, se mofaban de nosotros y hasta nos insultaban. Nuestros padres, aun recuerdo, nos riñeron, y el tuyo nos explicó que aquellas tonterías que veíamos no era otra cosa que la pesca de la sardina, que se pesca con una gran luz que lleva una embarcación pequeña, y ante tanto resplandor la sardina acude y entonces las otras embarcaciones silenciosamente arrojan la red -traiña- y cercan el banco de sardinas, y las arrastran hasta subirlas a la embarcación mayor. Que la luna era 1os focos de luz, que el manto era la red repleta de sardinas que brillan al saltar dentro de ella, y que los cantos que nosotros oíamos eran las voces de los pescadores, del patrón dando órdenes y de la marinería gritando cuando el cerco se había completado.
Pero nuestra imaginación era más fuerte que sus explicaciones. Y seguíamos fabulando sobre aquellos sucesos que se repetían en ciertas épocas del año y casi siempre estando la mar en calma, que es cuando acudían aquellos seres maravillosos.

Y los amigos siguieron con su paseo y sus añoranzas y volvieron a fantasear rebuscando en su infancia.

 

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