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UN INVIERNO ESPECIAL * EL DÍA QUE NACÍ
 
Llegaron cuando los árboles de la carretera habían cambiado el verde por el dorado, cuando las chimeneas en los tejados empezaban a echar el humo azulado de los hogares, cuando los días se acortaban y eran un poco más tristes.

Aquél fue un invierno especial, y aquel acontecimiento no pasó desapercibido para nadie del pueblo.

A nosotras nos lo contó Sor Amparo en el Colegio. Nos dijo que iban a llegar unas niñas de nuestra misma edad –entre 6 y 8 años-, venían de un país de Europa que se llamaba Austria. Allí y en otras muchas naciones había habido una guerra terrible, y, aunque ya había terminado, en esos paí ses lo estaban pasando muy mal, y mandaban a esas niñas a varios sitios de España a pasar unos meses. Dijo que todas vendrían a nuestra misma clase y que debíamos ser amables y buenas con ellas.

Aquella noche no pude dormir. Siendo niña era demasiado sensible. Recuerdo que si alguna vez iba con mi abuela y alguno de mis hermanos o primos al “Carrascal”, que sólo estaba a 14 Kms. del pueblo, por la noche, mientras los demás jugaban yo me escondía en un rincón llena de tristeza porque echaba de menos a mis padres.

Ahora la vida ya me ha endurecido un poco, pero entonces sufrí pensando lo que debían de sentir estas niñas al separarse de sus padres y hermanos y marcharse a un país extraño con lengua y costumbres distintas. Ahora también pienso en los que se fueron a Rusia en la guerra civil nuestra. Debió ser muy duro para los padres y los hijos. Pero yo entonces no lo sabía, sólo pensaba en las “austríacas”, y decidí ser muy comprensiva y buena con todas.

Llegaron unas doce, y todavía recuerdo el nombre de muchas de ellas: Helen, Loren, Herica, Traude, Elga, Ilsa, Geltrú, etc. etc. Algunas eran muy rubias y con los ojos azules, pero también las había morenas y castañas como cualquier niña española.

Fueron acogidas por matrimonios sin hijos, o con hijos mayores. A casa no vino ninguna, pues éramos seis niños que nos llevábamos año y medio de uno a otro.

Cuatro de ellas vivieron en mi calle y, sobre todo a tres, llegué a conocerlas mejor que a las demás, pues tuvimos más roce. Una era Helen. Era de una familia humilde, con varios hermanos y padrastro. Era muy rubia, muy dulce y dócil, un encanto para sus padres de acogida que hicieron todo lo posible para poderla adoptar. Fue la única que volvió poco después al pueblo y se quedó para siempre.

Herica estuvo con una viuda (Doña Engracia), con dos hijos mayores. Nos enseñaba fotos de su familia en un jardín, con una casa muy bonita de fondo. Su padre era militar y su mamá, muy guapa, iba muy elegante. Después estaba Elga; estuvo en casa de don José del Campo (un primo de mi abuela, pero sólo un poco mayor que mi padre). No tenían hijos, y la casa estaba llena de gente mayor y aburrida que no entendían de niños. Era muy rico y tenía chofer, cocinera, un ama de llaves (seca como un sarmiento), etc.
Fue a la que más conocimos, pues después del colegio íbamos muchas tardes a estar con ella. Al principio, como todas, estaba un poco triste y desorientada. Mi hermana Matilde y yo teníamos la edad más aproximada a la suya. Procurábamos distraerla. Mi hermana siempre ha dibujado muy bien; le pintaba una mariposa y Elga decía: méterlen, (o algo así), y mi hermanita decía… aquí mariposa. Luego le pintaba un pez o una casita, una flor o un barco, ella lo decía en alemán, y nosotras se lo decíamos en español.

En el colegio, al estar juntas, lo pasaban mejor, y mientras aprendíamos a hacer vainica, o cadeneta (entonces a las niñas por las tardes nos enseñaban labores), ellas cantaban unas canciones muy bonitas, que debían de ser populares porque todas las sabían. Todavía me acuerdo de la música pero la letra nunca la aprendí.
De todas formas los niños tienen una gran facilidad de adaptación y de comunicación, y pronto aprendieron a entenderse en nuestro idioma y fuimos todas amigas.

Llegaron las Navidades, blancas y preciosas, con la nieve cayendo suave y blandamente y cubriéndolo todo bajo su manto. Ellas estaban acostumbradas al frío y lo celebraron. Para nosotras también fue motivo de alegría, pues aunque entonces nevaba casi todos los inviernos, siempre era un acontecimiento que nos gustaba. Hacíamos muñecos en la calle, nos tirábamos bolas de nieve y después nos íbamos a casa a calentarnos.

Les extrañó mucho que no pusiésemos árbol de Navidad, pues entonces esa costumbre aún no había llegado a España, o por lo menos a Ayora, pero disfrutaron mucho con los “belenes”, pues algunas de ellas nunca los habían visto, no sé si por la guerra o porque allí había menos costumbre que aquí.

Se sintieron también decepcionadas cuando vieron que Papá Noel, o Santa Claus, no les habían traído nada. Tuvieron que explicarles que España quedaba un poco apartada de la ruta de estos personajes, pero que poco después vendrían los Reyes Magos con juguetes para todos los niños.

Y así fue pasando el invierno.

Llegó la primavera con el vuelo alto y rasante de las golondrinas y florecieron por doquier las flores. La primavera en los sitios fríos es más exuberante. Todo se llena de luz y color, y cuando los días eran más largos y cálidos y más apetecía jugar en la calle, ellas tuvieron que marcharse.

Lo hicieron con alegría por volver a ver a los suyos, pero también con tristeza porque dejaban un trocito de corazón en aquel pueblo que también las había acogido.

Como dije antes, sólo Helen volvió para quedarse. Elga escribió varias veces deseando también ser adoptada, pero había sido una niña muy revoltosa, había hecho varias trastadas y había roto un poco la paz en aquella casa rancia y vetusta y no la quisieron adoptar. (Años más tarde sí adoptaron a una niña española cuyos padres habían muerto en accidente)

Todos nos sentimos un poco tristes con la marcha de las “austríacas”.

Y recordando aquellos tiempos, sé que fue un invierno muy especial.
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* EL DÍA QUE NACÍ

El día que nací
sonaron las campanas,
repicaron con brío
todas alborozadas,
y fue un día de fiesta
que todos celebraron,
en la casa y la Iglesia,
mil cánticos volaron,
y músicas alegres
rondaron por los barrios.

Las calles de mi pueblo
se vistieron de blanco,
como una hermosa novia,
o un enorme sudario.
Hacía mucho frío,
la nieve fue bajando
y así cubriendo el pueblo
bajo su puro manto,
pero a pesar del frío
todos lo festejaron.

El día que nací
sonaron las campanas,
música y alegría
en el cuerpo y el alma.
No lo hicieron por mí,
no valía la pena,
lo hicieron porque era
la hermosa “Noche Buena”.


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