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PUBLICIDAD MUY REAL
 
Ocurre cada vez que hay un acontecimiento ligado a la Familia Real. No por ello, por repetido, conviene silenciarlo

Nada más nacer Leonor de Borbón llegó en aluvión lo previsible: los regalos. El regalo sincero debe ser íntimo, basta que conozcan sus claves quien lo entrega y quien lo recibe.
Cuando la persona que regala desea, por el contrario, que su obsequio no pase desapercibido, cuando procura que trascienda de quién procede, es lícito dudar si se trata de un acto de generosidad, de interés o de exhibicionismo por parte de quien regala.
El exhibicionismo, además, se convierte en publicidad por la cara, sin contratar ni pagar, cuando el destinatario del regalo forma parte de la Familia Real y la entrega no se realiza en intimidad.
A veces esa difusión no se debe a quien adquiere el producto sino al establecimiento que lo traslada, con lo que el efecto publicitario entra en los dominios del marketing comercial.

Pienso en una imagen aparecida en las televisiones y los periódicos: la de un botones de uniforme impecable que llegó a la clínica del parto con una canastilla envuelta en celofán, bien enlazada y repleta con un equipamiento surtido de material para bebé.
Uno piensa que los botones deben ser discretos con sus recados, ajenos a cámaras y fotógrafos, como si con ellos no fuera el notición, pero lo sorprendente es que éste actuó saleroso –cumpliendo, quizá, instrucciones de sus jefes–, sonrió y saludó a los periodistas. Con ello consiguió que se leyera al día siguiente en la prensa que reprodujo la foto el nombre del comercio impreso en su gorro, como un ejemplo más de una larga lista de anunciantes gratuitos a costa de Leonor.

Claro que lo que llama poderosamente la atención es que uno de los regalos haya sido un jamón –ya saben ustedes que lo más adecuado para una niña de teta es un jamón– del que desde luego sabemos, y supongo que eso es lo importante para los remisores, su denominación de origen

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