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Una colega de Caja Madrid, jurídica de Obras Sociales, tiene una extraña enfermedad. Su cuerpo reacciona ante la ingesta de determinados alimentos.
La primera vez que coincidí con ella, en el restaurante de la Residencia de las Cajas de Ahorros en Estepona (ISDABE), nos habían puesto unas quisquillas hervidas, fresquitas, que yo empezaba a regar con una no menos refrescante manzanilla.
Con candor, y no cierta vergüenza, preguntó al camarero si las gambas en cuestión eran congeladas; vino al jefe de sala a aclarar que no, que eran frescas a mas no poder, así que la madrileña –por mor de una alergia que le produce el marisco fresco- me dejó solo ante los bigotes sonrosados.
Aclarada la cuestión, con el profesional y conmigo mismo, de que cuando el marisco se congela el reactivo productor de la alergia, en formato de gran salpullido según contaba, queda eliminado. Y se explayó en varias anécdotas sufridas a lo largo de su vida, cuando por un malentendido pudor hostelero se le aseguraba no ser marisco congelado.
“Es fresquísimo, desde luego”, a lo que se veía obligada a contestar, “Pues muchas gracias, pero yo solo puedo comer marisco que haya sido congelado”.
Y claro se quedaba sin catarlo porque nadie es capaz de recular, indicando que, en realidad, si lo era descongelado.
Esto de la prejubilación –o los eufemismos tan en boga de jornada especial, vacaciones permanentes, permisos o dispensas extraordinarios, años sabáticos... me suena a mi como eso, como el marisco que se descongela para servir hervido o a la plancha, como si fuera realmente fresquito. Después de 45 años trabajando, uno de repente queda liberado del “bajo cero”, intenta recuperar el calor ambiente y ofrecer su mejor color de cara.
Pero eso sí, se corre el riesgo de que la descongelación no se produzca a buen ritmo y el sabor sea agridulce, o que entre ella y su inmediata preparación para el uso de la nueva libertad el excesivo tiempo al sol corrompa la materia prima, o que haya que dar demasiadas explicaciones al procomún: “sí, me he prejubilado, porque quiero disfrutar de más tiempo libre, pero voy a seguir trabajando a otro ritmo, para que mi mente –y mi cuerpo- no se descongele del todo demasiado pronto”.
Y aquí estamos, como en un proceso de transmigración, buscando un equilibrio para que, conservando este mismo cuerpo, mi mente se adapte al calor de este nuevo tiempo.
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