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LA GUERRA DE LOS MUNDOS
 
Escenas dramáticas, un enemigo poderoso y horroroso que se aproxima, una lumbre inmensa que destruye cuanto va alcanzando, unos lugareños de pueblecitos tranquilos que han de ser evacuados con el terror marcado a fuego en sus expresiones, las acusaciones de imprevisión, las actuaciones negligentes de personas confiadas e irresponsables, una cifra exagerada de hectáreas devastadas de bella naturaleza y un elevado número de profesionales que perecen en una tragedia no anunciada, sitiados por todas partes por un enemigo tan feroz y sanguinario, son los hechos que han teñido de pavor y de luto, en este nuevo verano bochornoso, a la provincia de Guadalajara.

Esas imágenes, junto a la de otros desastres naturales y la inquina asesina del terrorismo en varias partes del planeta, desbordan nuestra sensibilidad humana de conmiseración hacia las víctimas inocentes y de indignación ante los provocadores, aflorando sentimientos encontrados de temor y de inseguridad al vernos tan vulnerables.

Semejante proscenio nos ha recordado la dantesca secuencia que se observa en la película ´La guerra de los mundos´, que ahora está en los cines de estreno, y que muestra el paso fantasmal de un tren a toda velocidad con sus vagones y personas convertidos en llamas, una alegoría que el productor incorpora para evidenciar que la tierra se ha convertido en un caos absoluto, en un vertedero de cadáveres donde ya no alienta vida alguna a causa de la invasión cruenta de monstruosos alienígenas.
La nueva versión de la novela que escribió H.G. Wells a finales del siglo XIX, dirigida ahora por el famoso Spielberg, actualiza los sucesos situándolos a principios del siglo XXI tomando como protagonistas a los miembros de una familia cuyos hijos adolescentes, atribulados y exigentes, viven un fin de semana con el padre divorciado que le corresponde hacer de héroe ocasional por los acontecimientos que le desbordan, y que se lleva muy bien (lógicamente) con su ex-mujer. Entendemos que esa es una primera reflexión que se nos ofrece de las muchas guerras ´pacíficas´ y silenciosas, supuestamente inocuas, hipotéticamente bienhechoras y sobradamente clarividentes que enfrentan hoy a los muchos, opuestos y contendientes mundos que existen en este mundo.
El propio Wells escribió esta obra como una crítica al poderoso imperio británico de aquellos años, diciendo que antes de juzgar severamente a los extra-terrestres hay que recordar que nuestra misma especie ha destruido de modo bárbaro no sólo a diversos animales sino a razas humanas culturalmente inferiores.

La película que citamos está pretendiendo convertirse en la más taquillera de este verano, por lo que no será bueno desvelar más detalles. La historia, no obstante, es bastante conocida porque han existido varias versiones para el cine, la televisión, las historietas gráficas, una versión musical de sintonía afamada mezclando sinfonismo clásico y rock progresivo, y aquel serial radiofónico que creó el pánico entre los radioyentes en la voz del conocido actor Orson Welles allá por 1938: los extraterrestres, considerados como seres listos e ingeniosos, acompañados de unas máquinas bélicas que lanzan rayos fulminantes, invaden la tierra.
No cabe duda de que se dan todos los ingredientes para que, usando de las técnicas más sofisticadas, pueda convertirse en un espectáculo conmovedor, inquietante, que dejan sin aliento al espectador más impasible.
El final, tras un clima creciente de tensión, es un incidente abrupto, cortante, que por lo menos da un respiro y pone a tiro la posibilidad de recapacitar sobre las causas de las invasiones (ataques incontrolados de egoísmos personales, asaltos del capitalismo sin escrúpulos, despojo y usurpación de derechos a los más débiles, violencia fundamentalista, hostilidad mafiosa…) que nos acechan, y de cómo evitarlas.

 

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