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LA BISABUELA DE CARLOTA
 
Carlota no quería hacer la Primera Comunión, ni que le pusieran un traje largo lleno de lorzas y volantes.

No entendía ni palabra de todas aquellas cosas que le enseñaban en la catequesis, que por otra parte coincidía con sus clases de judo. Era muy aficionada al deporte, a vestir con vaqueros y llevar siempre botas o zapatillas adecuadas a sus aficiones. Aborrecía las muñecas, cocinitas, y demás juguetes propios de su sexo, ella veía a su madre trastear con todo aquello y en vez de algo placentero le parecía un trabajo ímprobo que no se terminaba nunca.

Carlota heredó ese nombre de su bisabuela, a la que no conoció más que por un retrato al óleo que presidía el salón, pero la bisabuela del retrato no era vieja como son las bisabuelas, sino una niña de su misma edad sentada sobre una mesa ovalada con una postura muy incómoda , los pies descalzos y un vestido de encaje sin mangas con dos grandes lazos en los hombros.
Debía tener su misma edad cuando la retrataron, y según decía todo el mundo se parecían como dos gotas de agua, al extremo de que sus padre decidieron hacerle una foto a la biznieta con el mismo traje, que se guardaba en la familia como una reliquia, y con la misma postura; seguramente por eso, las dos niñas tenían una expresión enfurruñada en sus caras traviesas y descaradas.
Su gran parecido hacía exclamar a quién las veía: ¡Cómo es posible después de varias generaciones! Y acababan con una frase lapidaria: Misterios de la genética. Carlota ya estaba harta de oír lo de la genética, y le preguntó a su madre. La madre consultó con el Espasa, y le contó un cuento más o menos precioso del que no se enteraron muy bien ninguna de las dos, pues ya se sabe que los diccionarios son escuetos.

Como a Carlota la viva se le echaba encima el tiempo para hacer la Primera Comunión, en el colegio la obligaron a dar clases de catequesis, y para su desgracia resultó que coincidían los días y las horas con las del polideportivo, y eso sí era sagrado para ella, que se estaba preparando para los campeonatos de judo, con la ilusión de llegar a cinturón negro y ganar la final.

Una tarde, cuando estaba haciendo los deberes en la mesa del comedor, miró distraídamente el retrato de su bisabuela, y ésta le sonrió y le guiñó un ojo. La niña pensó que estaba muy cansada, había tenido un día agotador y le dolía un poco la cabeza. Siguió con sus deberes de mala gana, y volvió a mirar el cuadro. Su bisabuela ésta vez habló entre susurros. –No sufras por tus clases de judo, yo iré en tu lugar a catecismo, me lo sé entero.
Carlota dio un salto, corrió a su cuarto, se metió en la cama y se tapó hasta la cabeza. Al día siguiente decidió salir de dudas, se colocó delante del retrato de su bisabuela y con el descaro que la caracterizaba le preguntó ¿Por qué hablas si estás muerta?

- No hija, contestó Carlota bisabuela, vivo en tí, los vivos estáis hechos de trozos de los que os antecedieron. Tu hermano Pablo ha sacado los ojos azules de mi padre, y la nariz respingona de tu madre es igualita a la de su abuela.

- ¿Eso es la genética? Preguntó Carlota.

- Algo así debe ser -contesto la bisabuela-, en nuestros tiempos no se hablaba de ésas cosas.

Tuvieron una larga conversación, y llegaron a un acuerdo. Carlota la viva le dejaría la ropa y calzado que ella usaba normalmente debajo de los cojines del sofá, y cuando entrara su mamá para llevarla de la mano a la catequesis debería estar lista.

- Déjamela de abrigo, que aquí en el Purgatorio, me quedo helada cuando quitan la calefacción por la noche.

- ¿Te queda mucho purgatorio?

- Pues supongo que varios siglos, pero no creas, el mío no está tan mal, voy conociendo los efectos de la causa que me llevó a casarme con tu abuelo. A veces me siento culpable, con la que lié, pero ya han llegado a convertirse en unos extraños tanta gente emparentada entre sí que descienden de mí. Y yo, colgada en la pared oyendo tantos líos, tantas cosas…

Dos días a la semana, la mamá de la niña la encontraba sentada en el sofá, tan arregladita, y la tomaba de la mano para que no se le escapara.

La nueva Carlota se sabía de corrido el catecismo del Padre Astete, los misterios gozosos, gloriosos y dolorosos, el oremus, la letanía y la salve en latín. Cuado llegaba a Mater Admirabile, la clase era un clamor, el cura se levantaba y daba la mano a la madre, que había sido capaz de formar a su hija como en los viejos tiempos.
Pero la casualidad andaba enredando las fechas, y la hora del torneo coincidía con las del evento religioso, que ya estaba preparado en todos sus detalles. La niña lloró, se desesperó. Y la madre ante tanto dolor decidió hablar en serio con su marido: - Hay que llevar la niña al psicólogo, tiene dos personalidades, como si estuviera mal de la cabeza. Sabe latín.

-Ésa sabe latín y griego, parece mentira que no la conozcas; de todos modos lo dejaremos hasta que pase la Comunión, contestó el padre muerto de sueño.

Después de muchas discusiones, Carlota decidió que haría la Comunión con el vestido que llevaba la bisabuela en el retrato. Se armó la de San Quintín, pero la bisabuela consiguió convencerla de que el vestido estaba pasado de moda y todo el mundo se reiría de ella. Llegaron a la conclusión de que era un día muy bonito, con muchos regalos, fiesta, además de un momento propicio para que los padres accedieran a concederle peticiones que en otras ocasiones le hubieran rechazado.

La bisabuela le propuso un plan para que pudiera estar en los dos sitios a la vez.
-
- Hace muchos años desde que hice mi Primera Comunión y estaría encantada de vestirme con ese traje tan bonito que te han hecho. En la mía canté la Ave María de Gounod, y no sabes lo emocionante que resultó.
Salió todo a pedir de boca, la comulgante cantó El Ave María con su voz infantil y cristalina que hizo llorar a propios y extraños.

Felices y contentos, familiares y amigos se reunieron en un restaurante para festejar que su hija ya había entrado en la edad de la razón y en el seno de la Iglesia. Una camarera que llevaba una bandeja con aperitivos contó, despavorida, que había visto un fantasma atravesar las paredes. Y que llevaba en la mano un trofeo deportivo. Sus compañeros le preguntaron con guasa cuantas copas se había bebido por el camino, y siguieron trabajando. Carlota comió con un apetito insaciable y bebió litros de refrescos. Reía por cualquier cosa, y nadie la había visto nunca tan feliz.

Una vez en casa, rendidos por tantas emociones, el marido le dijo a su mujer ¿Para qué querías llevar a la niña al psiquiatra? Cuándo te vas a convencer de que nuestra hija es muy inteligente, igual que mi bisabuela, que a su edad ya sabía quebrados y aprendió a nadar en el río como una ondina. Miró fijamente el cuadro y añadió, orgulloso y complacido: la verdad es que son iguales. Ha salido a mi familia.

 

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