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PRIMERA IMAGEN de SALVADOR SELLÉS
 
En 1848, año en que se publicó el -Manifiesto comunista-, de Marx y Engels, en que fueron fusilados en Guadalest veinte republicanos alicantinos y Europa se conmovía en movimientos revolucionarios y en tierras norteamericanas alboreaba el espiritismo científico, en ese año nació en Alicante -21 de abril- Salvador Sellés Gosálbez, poeta de la libertad y del más profundo alicantinismo y espiritista.

Hacia 1858 y siendo alumno de primera enseñanza, ya destacó como actor en el papel de ángel del drama de magia -El diablo predicador-, que puso en la escena del Teatro Principal la compañía del famoso José Valero.
Pero su gran pasión fue la literatura, y así lo confiesa: “a los catorce años había leído las ochocientas comedias que se conservan de Lope, de las dos mil que escribió; las ciento veinte de Calderón (...); las cuarenta obras de Tirso de Molina y las veinte de Ruiz de Alarcón (...); los diez tomos de Historia Universal de Cesar Cantú y los cuarenta mil endecasílabos del doctor Bernardo de Balbuena”.

A la vista de tales antecedentes, no sorprende que, tras su primer discurso, pronunciado el 16 de septiembre de 1869, el diario -La Revolución- dijera: “Salvador Sellés, joven de vasta instrucción, al que, a juzgar por lo que vimos, auguramos un brillante porvenir y un puesto esclarecido en el templo de la gloria”. Y acertó plenamente como se demuestra si contemplamos el largo curso de su existencia que finalizó el 10 de febrero de 1938 y que aquí es imposible resumir.

Domiciliado en Madrid desde 1873, nuestro poeta trabó íntima amistad con Núñez de Arce y con Castelar, trabajó en las oficinas del ferrocarril M.Z.A. y colaboró en el semanario -Las Dominicales-.

Su etopeya la trazó él mismo: “ Mi carácter es humilde y natural. He sido sobrio y pulcro. No he fumado, no he bebido, no he jugado (...) Jamás he entrado en una casa del vicio”. Su imperativo moral se puede encerrar en la siguiente sentencia: “Creo que no basta no hacer el mal; es preciso hacer el bien”.
Su pensamiento filosófico se nutre del cristiano, y, en este sentido, considera al hombre como un ser que “aún no llegó cuando se va sombrío”; a la mujer, “tronco y raíz de la familia humana”; a la muerte, amanecer “que a nosotros nos dora y que de rosas nos corona y viste”; al amor, “infinita potencia del Infinito”, y a la vida, camino de dolor por el que “progresamos”.
Ascendencia del alicantino Juan Vila y Blanco, “arpa encendida en religioso fuego”, para dejar paso más tarde a la de Núñez de Arce y, sobre todo, de Víctor Hugo, a quien tradujo. A esta ascendencia sumamos la procedente de Chateaubriand, Lamartine y Milton.

Su residencia en Madrid sirvió para reafirmar su voz y sus anhelos:
“Cincelé la verdad en feliz forma,/ levantándola a norma/ perennal de mi arte y mi poesía;/ y, aunque audaz novador de su universo/ presentóse mi verso,/ hará nacer frutos de amor un día”.

La agónica realidad humana y nuestro eterno destino configuraron casi el único objeto de su poesía, de donde el evidente sello épico-moral y sentencioso de sus composiciones, simbolizado de este modo.
”Bueno es alzarse coronado con las rosas del egoísmo como Horacio, pero mejor es alzarse coronado con los abrojos del amor como Jesús”.

Y tan profundamente alicantino fue que Juan Sansano escribió en 1930 que “Salvador Sellés es tan nuestro como el Castillo y como el mar (...) Por su boca de apóstol canta Alicante sus ternuras (...) Salvador Sellés es Alicante”.

Seguiremos en otra ocasión.

 

 

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