Índice de Documentos > Boletines > Boletín Julio 2005
 
GABRIEL MIRÓ, RESUMEN DE LA BONDAD
 
´Persuadido está Sigüenza de que volver a un lugar es buscarnos de memoria a nosotros mismos´. (Años y leguas).

Hagamos memoria de la egregia figura de un artista alicantino excepcional en su vida y en su literatura. El 27 de mayo se han cumplido 75 años de la muerte en su casa de Madrid de Gabriel Miró Ferrer, el escritor de la filigrana, del detalle relatado y del sentimiento traspasado.
Aquel mes exuberante de 1930, cuajado de la naturaleza que tanto describió en su intensa obra, se convirtió sin sospecharlo en su tiempo agónico, en su despedida esperanzada gracias a la fe demostrada.
El 3 de mayo, al regresar de una cena en homenaje a Unamuno, se sintió indispuesto aquejado en principio de un proceso griposo que le daba alta fiebre y que luego se descartó con el convencimiento de tratarse de un cuadro de apendicitis que se iba agravando hasta que el día 26 los médicos decidieron proceder a una operación de urgencia de la que no obtuvo la recuperación esperada y que se convirtió en muerte, entre agudos dolores llevados con ferviente recogimiento de firme creyente, y producida en la noche del día 27.
Los detalles minuciosos los relata su mejor biógrafo, el erudito Vicente Ramos, quien convirtió a nuestro ahora homenajeado Miró en un referente estilístico y en un mentor interior de su vida y de su obra.

´De entre las cañas se escapó un silbo fuerte, un aliento que decía palabras apagadas como si nacieran de laringe forrada de paño´. (Del vivir).
Hagamos memoria de un Gabriel Miró desbordante de poesía y de talento, que se nos fue con tan sólo 50 años de edad, en plena madurez de la palabra y de la expresión, del oficio y de la experiencia, de la vitalidad comunicativa reservada a quien hace el trabajo bien hecho, rehuyendo por norma de convencionalismos sociales, famas, extravagancias ni politiqueos, concentrado siempre ante la convocatoria imprevisible de las musas, fámulo ardiente de la inspiración, desventurado de oficialidad y acaudalado de afectuosidad familiar y hogareña de un modo sublimemente significativo.
En el lecho de muerte estaban su mujer y sus dos hijas quienes, según Heliodoro Carpintero, le decían ternuras como si fuera un niño dormido después de bregar todo el día. Tras besarlos uno a uno y decir
´Ya está bien, Señor´, devolvió su alma al Creador.
El entierro en día lluvioso fue un elocuente clamor de pesares y admiraciones.

´Aparecía la risueña amplitud de la huerta levantina con palmeras y grupos de cipreses que recuerdan los calvarios aldeanos, con frescos rumores de norias y regueras y zumbar de moscas y de abejas y un incendio de sol´. (Las cerezas del cementerio).
Hagamos memoria de un amante de la vida según se palpa en cada voz escrita, en cada párrafo de su obra extensa que es preciso leer despacio para poder saborear su lirismo y su intención.
El tiempo debe quedar adormecido para que trabaje el intelecto sacudido por la insinuación y así pueda captarse adecuadamente el resplandor de la puntualización exquisita. El ambiente se ha de adornar de guirnaldas de silencio para que se escuche el rumor primoroso de la esencia más suave entre cuchicheos de angelotes. Sus escritos, esculpidos entre hipérboles y metáforas, entre evocaciones y glosas, nos mueven a viajar, a revivir escenas, a tocar lo etéreo.

´Sigüenza se refugió en el portalillo del hombre solitario, y al cerrarlo, semejó encajar una losa de silencio y de tiempo´. (Años y leguas). Hagamos memoria, sin que ninguna losa del tiempo la esconda, de un hombre bueno, cabal y noble. Un homenaje se hace para resaltar las cualidades por las que generalmente fue reconocido por los que le trataron.
Su compatriota Miguel de Unamuno dijo de él que
´su inteligencia era la forma suprema de su bondad´.
Su paisano Óscar Esplá escribió que
´de su persona trascendía armoniosamente la noble exhalación, la confortante pureza de su arte´.
Y su comprovinciano y gran amigo Azorín dijo de él que
´era el resumen de la bondad´.

 

 

Volver