Índice de Documentos > Boletines > Boletín Julio 2005
 
QUÉ ES PECADO, PARA MÍ, AHORA?
 
–Pecado es todo lo que es innecesario.

Las ideas son libres, pero la mente que las concibe permanece unida a su fuente, y esa fuente se convierte en su carcelero o en su libertador, según el objetivo que uno encare. Por supuesto, el hecho de liberar mis ideas no presupone admitir que, por muy acertado que me parezca el concepto que ahora tengo del pecado, espere que todos cuantos esto lean lo acepten por igual.
Pero sí me agradaría que todos comprendiesen por qué, para mí, sería pecado si, por lo controvertido del tema o por la probabilidad de no convencer a nadie o por la eventualidad de que alguien piense que no es necesario hablar de esto, me callase.

Parece ser que el pecado es siempre resultado de la debilidad, pues sabemos que nuestra evolución comporta esfuerzos; se nos ha dicho que sin esfuerzos habría desaparecido la raza humana; y reconocemos que podemos hacer muchos esfuerzos, porque, a veces, hemos tomado decisiones que iban en contra de nuestra vida ordinaria.
Acostumbrados como estamos a buscar lo cómodo y fácil, la elusión de los esfuerzos que comporta una decisión como ésta, con pretensiones de trascendencia, finalidad o entendimiento, se convertiría en un pecado contra mí mismo.
Es decir, que si me he marcado un objetivo que considero importante o necesario, el cual comporta determinados esfuerzos, y, llegado el momento, eludo esos esfuerzos o paso por alto lo que era mi obligación, y todo ello mientras el objetivo sigue siendo necesario, peco. Es obvio que no será pecado no hacer esfuerzos cuando no haya propósito u objetivo que los requiera.

La psicología es la parte de la filosofía que más me ha interesado desde mi época de estudiante, aunque no sé si lo debo a que había que estudiarla dentro de mí mismo, y no fuera, como la geografía, o al hecho de haber percibido que el grado de dificultad de aprender era proporcional al número de ideas equivocadas que de mí mismo tuviera.
Sea por lo que fuese, la consciencia de lo que realmente me mueve domina más en mí cada día, alejando tentaciones de decir únicamente lo que mi ego me dicta tratando de salvaguardar mi idealizada imagen. Lo que recuerdo bien fue que, al enterarme de que, en griego, pecar significaba, originariamente, no atinar o no dar en el blanco, lo acepté a pies juntillas.
Me parecía que, si los errores se podían corregir, también los pecados podrían enderezarse, al igual que lo torcido se podía enderezar.

Llegado a este punto, se me ocurre pensar que el quid de esta cuestión está en que el pecado comporta una arrogancia que el error no posee, consistente en querer mantener oculta la equivocación que no deja de ser el pecado; que, pese a estar necesitados de ayuda y protección, no queremos que sean oídas nuestras peticiones de amparo; y que, aún sabiendo que nuestra mente tiene poder para cambiar nuestra percepción, preferimos juzgarla como desquiciada.
¿Por qué otra vía, me pregunto, se ha de comprender que el pecado no es real?
Y, para no caer en otra arrogancia, pensemos que la forma de deshacer los errores no procede de nosotros, pero es para nosotros, y que todo cuanto hagamos en contra de nuestra comprensión es un error, o un pecado para quienes mantengan el hábito de seguir buscándolo.


Volver