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MISCELÁNEA SOBRE ALICANTE Y SUS FIESTAS
 
TOROS - TEATROS - BAILES - DEPORTES - CINES - EXPOSICIONES - ALICANTINOS. Estos deshilvanados apuntes tratan de nuestras fiestas, de nosotros mismos en nuestro pasado, de la fascinante, entrañable, vieja, noble y muchas veces divertida historia de Alicante y sus gentes.

En Alicante las celebraciones populares incluyeron siempre los toros: Isabel II intentó prohibir las corridas pero no pudo lograrlo. En sus diversas modalidades con arraigo alicantino tuvimos “Els bous de corda” (toros enmaromados), los que mas perduraron y que en el Arrabal Roig dieron origen a la invocación “Faz Divina qu´ixca el bou” para evitar las peleas que precedían a la aparición del toro; el “Toro del aguardiente” en el que durante el amanecer los jóvenes corrían delante del toro –algo así como ocurre actualmente en los Sanfermines en Pamplona- , para lo que bebían “herbetas” (anís macerado con hierbas aromáticas) o “el nubolet” (anís mezclado con agua).
En el pasado se celebraron festejos taurinos en lugares como la actual Plaza de Quijano; en el corralón que tenía el medieval Hospital de San Juan de Dios; en la calle Montengón en los patios de la hoy calle de San Nicolás hasta muy cerca de la calle Mayor (en estos patios, a mediados del siglo XVII los frailes del hospital para pobres también tuvieron un Teatro); la Plaza de San Agustín; la antigua Plaza del Mar, hoy del Ayuntamiento; la “marinera” Plaza de las Barcas (la actual de Gabriel Miró), en la que a finales del siglo XVIII torearon entre otros muchos el famoso Pedro Romero y Pedro de la Cruz “El Mamón”.
No sólo los frailes andaban metidos en la fiesta taurina pues también lo estaban las monjas de la Comunidad de las Clarisas de la Santísima Faz que organizaban anualmente corridas a beneficio del Convento. Otro lugar donde se celebraron corridas fue en la Posada de San Francisco (en la actual Rambla de Méndez Núñez).
En 1839 y siguiente, en el lugar denominado “El Barranquet” que actualmente ocupan la Plaza de Chapí y el Teatro Principal también hubo “Toros de Muerte” en donde actuó el famoso Francisco Montes “Paquiro”.

Al cumplirse en 1700 el primer centenario de la Colegiata de San Nicolás hubo grandiosas festividades conmemorativas: funciones religiosas, “Moros y Cristianos” y una gran corrida de toros con la participación de “caballeros valencianos”. Escribió el Padre López:“Mas como parece a las gentes que no hay fiestas cabalmente cumplidas, si no se dispone de una corrida de toros, hubo de satisfacer el genio y gusto de tan gran número de concurrentes.
El día 1 de agosto se ordenó un bello juego de toros de Castilla en la Plaza del Mar y se buscaron los mas diestros toreros para que los jugasen. Los toros fueron vivamente feroces, mas los toreros como eran hábiles, hicieron en ellos tantas suertes que lisonjearon bien el gusto del innumerable gentío que les atendía desde tablados y balcones. Y el público también pródigo con los muchos premios de dinero con que eran compensados y agradecidos por las suertes.
Tanto dinero había entonces en la ciudad que el echarlo a la plaza se tenía por galantería.”

Podríamos afirmar que las fiestas de nuestra ciudad fueron “mayores de edad” con las inauguraciones en 1847 del Teatro Principal, entonces denominado Teatro Nuevo y poco después la de la actual Plaza de Toros. Hubo una sociedad, “Especta-club” (1890), integrada por personas de la aristocracia alicantina, la banca, el comercio, la industria y la milicia, que se creó para la explotación del Teatro Principal y que también se hizo cargo de la Plaza de Toros.
Esta conjunción de fuerzas vivas es por una parte comprensible –los que tenían dinero querían divertirse- y por otra admirable; hoy es mucho más difícil aunar esfuerzos de sectores tan diversos.

Para saber que lo pasaban bien en los toros basta con mencionar lo que escribe el investigador Santiago Linares:
“El público de la época era muy bullicioso y entusiasta. A veces acudían provistos de cornetas hechas con astas de toros. El lanzamiento de naranjas y toda clase de objetos era práctica habitual. Cuando finalizaban los festejos era costumbre, como complemento, soltar dos toros, embolados o no, “para deleite de los aficionados que gusten bajar al redondel”.
Este delicioso relato se completa conociendo los nombres de los toreros: el primer matador alicantino fue Julio Martínez “Templaito” -como el clima de Alicante-.
Hubo otros como “Juanerillo”, “Confiterito” y “Carpinterito”, lo que no deja lugar a dudas en algunos casos sobre cuales eran las profesiones de las que procedían. “Carpinterito” y “Templaíto” llegaron a tener pasodobles que les compuso el conocido músico Luis Floglietti.
Hubo otros muchos alicantinos en el mundo de la fiesta: el picador Jose “Alicantino”, los toreros José Asensi “El Sordo”, Carlos Almira “El Cochero”, Gaspar Antón “Gasparet”, Vicente Blanes “Ronquillo”, Francisco Bautista “Salaito”, el banderillero Bautista Coca “Baquirri”...

La pasión taurina de la época llevó a que las cosas se dijeran sin rodeos; al grano: una de las revistas taurinas se titulaba “Los Cuernos del Día” (de 1885). “Los Cuernos del Día” debieron producir mas de un quebranto de cabeza pues cuando nació otra, algo más tarde, la titularon de forma mas suave, “Manzanilla y Cuernos”.
Hubo una mujer torera, Francisca Coloma “mocetona, bravía, muy decidida, banderilleaba y llegó a picar con vara de detener, sobre caballo, espalda contra espalda, con un mozo conocido por “Mangasverdes” (1839)”.

No solo los toros proporcionaban recreo y esparcimiento; el teatro ha sido siempre uno de los espectáculos preferidos de los alicantinos. En 1774, el “Coliseo de San Juan de Dios” creado por los buenos frailes para conseguir ingresos para atender a los enfermos acogidos en su benefactora casa, mereció una denuncia del Prelado de Orihuela basada en “los perjuicios y molestias que sufren los enfermos del hospital por la estrecha vecindad del teatro”, y agrega:
“Los religiosos de dicha casa, olvidados enteramente de las grandísimas obligaciones de su estado e instituto, las horas y el tiempo que debían dedicar a la asistencia de los enfermos, lo emplean en ver las óperas y comedias...”

Más tarde, en el último tercio del siglo XIX, paralelamente al Teatro Principal había pequeños teatros que ofrecían espectáculos más baratos y distintos a los del primer coliseo alicantino. También había cafés teatro, cafés cantantes y locales de “music hall”. Son datos que dejan bien claros dos aspectos: que los alicantinos han estado siempre dispuestos a divertirse y que la excelente formación crítica de nuestros espectadores viene de hondas raíces familiares.
Aquella situación de bonanza devino en otra de crisis a finales del siglo XIX y afectó especialmente al Teatro Principal. El público dejó de ir al teatro y muchas funciones se suspendían.
La prensa de la época dijo:
“la buena sociedad alicantina no da señales de vida en ninguna clase de espectáculo”. Un crítico local afirmaba que si el público no respondía “harían muy bien los propietarios del Teatro Principal en dedicar tan suntuoso edificio a usos que ofrecieran mayor lucro, convirtiéndolo en almacén de bacalao, o café flamenco”.
Gracias a Dios que los propietarios no hicieron caso al periodista, -no siempre la prensa tiene la razón- y de ese modo el año pasado más de 120.000 personas asistieron a nuestro primer coliseo.

De la significación del Teatro Principal en la vida social y cultural de la ciudad nos da idea que en el coliseo alicantino se celebró en 1894 la Exposición de Bellas Artes en la que se expusieron casi quinientas obras con participación de artistas alicantinos como Vicente Bañuls, Heliodoro Guillén, Pericás y Cabrera, concurriendo también otros tan significativos como Sorolla y Pinazo.
Poco después, el 11 de noviembre de 1896, - como no -, en el Teatro Principal, se celebró la primera sesión cinematográfica abierta al público. Los títulos fueron “La Plaza de la República de París”, “Un almuerzo en familia”, “El gran Can Can” y “Entrada de un Regimiento de Infantería francesa”; todo en una misma sesión.

A principios del siglo veinte el Principal durante el Carnaval se transformaba en su interior quitando las butacas para convertirlo en pista para el baile de máscaras. Hubo a mitad del siglo XIX un gran cantante alicantino, el tenor Ricardo Pastor que alcanzó grandes éxitos en España y América.
Cuando finalizaba su carrera profesional regresó a su Alicante desde Buenos Aires, completamente arruinado, y representó “Tempestad” en el Principal, alcanzando de sus paisanos grandes ovaciones cuando cantaba “Yo de las Indias traigo un tesoro”...
Hacia 1900 brilló también otro alicantino, el gran actor y cantante, Pablo Gorgé. Cuando acababa de triunfar en Barcelona con “La Boheme” vino a actuar en Alicante, donde quería triunfar ante sus paisanos. Cuando en el último acto se le hizo repetir la romanza de la “vecchia cimarra”, la repitió primero en italiano, después en castellano y por último en catalán.

No eran sólo los toros y el teatro donde se divertían los alicantinos; en el Club de Regatas, en su primitiva flotante Casa de Botes se celebraban famosos bailes en los que según quedó escrito “se mareaban los danzarines”. Tal vez los frenéticos bailes hicieran balancear con exceso aquella primitiva plataforma flotante, aunque no hay constancia de que nunca se fuese a pique como consecuencia de tan animadas veladas. Podemos imaginar el susto que pudo llevarse alguna vigilante mamá cuando la jovencita, durante el baile, dijese que tenía mareos y náuseas, al temer la señora un inesperado aumento de familia.

Un deporte hizo furor por aquellos tiempos: el ciclismo y el Club de Velocipedistas fundado en 1899, a los que se exigía circular por la ciudad a una velocidad moderada, dio origen a la creación de un velódromo, convirtiéndose en el deporte de moda. En la prensa había referencias al “furor velocipédico que se había despertado en nuestra juventud”.

Añadamos a todo esto “Les Fogueres de Sant Joan” desde épocas mas recientes y quedará patente el espíritu alegre y festivo del que siempre dieron buenas pruebas las gentes alicantinas.

 

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