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RECUERDO DE UN DÍA DE CONVIVENCIA
 
Fue el pasado mes de junio. Salió un día precioso de primavera, todo lleno de azules; azul el cielo, azul el mar, y azules las ilusiones de todos los que componíamos la excursión, que éramos más de ciento cincuenta.

Yo, la verdad es que no iba muy animada, pues había estado varias veces en Cartagena y pensé que no vería nada nuevo, (luego me di cuenta de que lo importante era la convivencia, no lo que se puede ver).

Cartagena es un pueblo muy grande y antiguo, y siempre hay cosas que admirar. Hicimos dos visitas muy interesantes, pero de contar esto ya se encarga el Presidente, que lo hace muy bien. También se hizo un paseo por el puerto en un catamarán. Yo no fui, pues me mareo con facilidad y no me quise estropear el día. Me quedé en un paseo que hay enfrente del mar, bajo la sombra de unos árboles grandes y frondosos. Corría una brisa deliciosa y había un sosiego y una bonanza que se me hizo corta la espera.

Luego fuimos a comer a un sitio con un nombre muy raro, “Tentegorra”, que estaba lleno de verdor y frescura. Bajo los pinos estaban dispuestas las mesas. Todo muy bien preparado por los de Cartagena. Todos nos saludábamos con agrado. Había un ambiente estupendo.

Yo me senté enfrente de una viejecita que me recordaba a mi madre. Menuda, con el pelo blanco y con gafas. Supuse que era la madre de Pepe Barberá, pues me dijo mi marido que iba a asistir. Se acercaba gente a saludarla:
“Tiene usted un hijo que vale mucho”, le decían. Ya lo sé, ya lo sé - decía ella - ¿Quién mejor puede conocer a uno que su madre?

Hablé con ella de muchas cosas: del respeto que había antes entre padres e hijos, el que había hacia los profesores, (ella fue maestra).

Un gato pequeñito, asustado del barullo, se subió al pino que había detrás de mí. Un pino altísimo y recto. Lo quise impedir, pues sé que después lo tienen difícil para bajar, pero no pude y entre las ramas se durmió.

Se acercaba otra persona a saludar a doña Carmen (también mi madre se llamaba así). “Tiene usted un hijo estupendo”, le decía, y ella sonreía agradecida.

Mientras un grupo de voluntarios (entre ellos mi marido, al que no vi en toda la comida), nos servían embutidos, tortillas, sardina asada, etc. todo estaba muy rico, ella me seguía contando cómo conoció a su marido, la cantidad de años que habían vivido juntos, toda una vida, igual que mis padres. Había mucha similitud entre ellos, y eso me hacía escucharla con atención y simpatía.

Se acercó alguien más a saludarla y le dijo:
“Tiene usted un hijo a quien todos queremos”.
A ella se le iluminó la mirada y le dio las gracias. Creo que fue lo que más le gustó de todo lo que le dijeron. Es bueno que a uno lo respeten o lo admiren, pero aún mejor que le quieran.

La convivencia fue estupenda. Había amistad entre todos, y muchos se desvivían por servir a los demás. Lo pasamos muy bien, y después de despedirnos de algunos amigos (de todos fue imposible), regresamos a casa.

Me marché pensando en el pobre gato.

¿Lograría bajar del pino?
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MADRE BUENA

Madre buena, buena, buena
como el trigo que alimenta,
como el agua de la lluvia
cae pura y serena,
como el sol que nos alumbra
nos da alegría y calienta.

Madre buena, buena, buena
entre las mejores cosas
que existen sobre la tierra,
el amor y la amistad,
el cielo lleno de estrellas,
la paz y la libertad,
madre buena, buena, buena,...

 

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