Índice de Documentos > Boletines > Boletín Junio 2005
 
PENSAR CON PROPÓSITO
 
No quisiera dar otra impresión que la de comprender a los demás en la misma medida que me comprendo a mí mismo, pues no puedo ver en el interior de nadie sino otro tanto de lo que veo en mí.

Apuntado esto, ya puedo decir que pensar sin propósito me parece uno de los peores hábitos que podríamos tener, puesto que de los momentos así pasados sólo sabemos que han existido, pero nada más.
En consecuencia, si por evolución entendemos un proceso consciente con esfuerzos conscientes, continuos y conectados, podría asegurar que no he dado la talla, lo cual me parece una lastimosa pérdida de tiempo por mi parte.

Por eso, ahora, en situación pasiva, retirado, jubilado o, por qué no decirlo, viejo, uno tiene más tiempo que antes para vagabundear mentalmente; al propio tiempo, uno es sabedor de que la vida se le termina, y no quiere que ese entretanto (que Dios alargue) pase estérilmente; y por último, tiene sentido dar por bueno que uno procure colmar de propósitos nobles todos sus momentos.
No quiero imaginar, pues, que la muy propia, típica y socorrida aseveración de todo jubilado, de que ahora tiene más trabajo que antes, derive de que faenara entonces menos que ahora, sino que ahora cualquier quehacer sobrevenido desborda el momento en que nos llega, máxime, si ese momento lo acabábamos de llenar de propósitos, intenciones, miras o buenas voluntades con ánimo de compensar aquella conjetural pérdida de tiempo.
O dicho con rotundidad: antes, tranquilamente, dejábamos vagar nuestro pensamiento; pero ahora, no. Particularmente, me agradaría poder atribuir tal cambio de actitud a un extraordinario despertar de la conciencia, porque la evolución de uno, si ocurre, sólo es resultado de sus propios conocimientos y esfuerzos, de su individualidad y voluntad, y no sólo del propósito.

Entiendo la consciencia como una forma particular de darse cuenta de uno mismo, de quién es, de lo que siente o piensa o de dónde se encuentra por el momento. Es un género de comprensión emocional de la verdad en ciertas relaciones definidas, por lo general, en relación con la conducta, con las personas, etc.
Lo difícil es despertarla, pues el estudio teórico de la consciencia no sirve de ayuda. A lo sumo, si quien esto lee se pregunta por qué lo está leyendo, adquirirá consciencia de este momento, y en función de la sinceridad de la respuesta que se haya dado, proseguirá leyendo o dejará de leer ahora mismo, para aprovechar su tiempo haciendo otra cosa con más atención.
En todo caso, la reacción ha de ser enteramente práctica, ya que los esfuerzos para crear consciencia parecen casi desesperados al principio, hasta que uno llega a experimentar las consecuencias de su despertar.

Y si los refranes estimulan la diligencia, el siguiente podría condensar el tema:
“Al camarón que se duerme, se lo lleva la corriente”.
No olvidemos, pues, que los pensamientos que carecen de objetivo se esfuman, constituyen un pensar inútil, y pueden resultar dañinos al crear hábitos divagadores, sin concierto ni propósito.
Todo pensar, todo estudio, toda investigación, nunca debería iniciarse sin una finalidad en vista, puesto que, al no tener idea de lo que estamos haciendo, y sin comprender lo que es útil o dañino para nuestra estructura psicológica, resulta cómodo atribuirle al azar el que se nos llevara la corriente.


 

Volver