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Ha muerto  Carmen

 

Vicente Garnero

 

            La abuela María se quedó en la viña para siempre, y tú, Carmen, con tus versos y tus relatos te quedaste para siempre en nuestros corazones. Emprendiste el último viaje, en el que nunca se acaba de andar, con las alas abiertas y un montón de poemas e historias por regalarnos.

            Encerrada en ti misma y abierta a la vida de par en par, paso a paso fuiste creando poesía con  el  perfume  de  la nostalgia y el sabor agridulce de los recuerdos. Te queríamos todos, y tú nos

correspondías con ternura y deslumbrantes muestras de tu ingenio y sensibilidad. Aquel entrañable viaje a la viña para llevar provisiones a los vendimiadores fue definitivo. Y la abuela María ya nunca más regresaría a casa, ella bien sabía que tenía que esperarte en la eternidad.

La abuela María, la última narración que nos enviaste, una historia desbordante de cariño y melancolía, eterna poesía de los sentimientos, fue toda una premonición. Con ella nos dijiste adiós para siempre.

Me diste mucho que pensar cuando recientemente nos hablabas de “las pequeñas cosas”, de la soledad y del dolor entre blancas batas y blancas paredes, cuando tú, “ese pedazo de materia manipulable” como decías, salías a dar cortos  paseos después de un largo tiempo sin recibir las caricias del sol

 

Carmen Sáenz Aymamí

ni caminar bajo la sombra de los árboles. Pero en esta ocasión, la muerte, tu muerte, no se fue de vacío. Y nos dejó con pena y tristeza.

Ahora, cuando se acabaron tus días, solo pretendo despedirme de ti. Yo no sé cantar tan bien como tú cantabas las palabras, pero quiero, humildemente, testimoniarte mi agradecimiento por haberme proporcionado tantos momentos inolvidables leyendo tus sugerentes y maravillosos escritos. Gracias, Carmen.

Mis muertos

están vivos en mí.

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