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EL “YO”, MATÍAS Y LA PERSONALIDAD

 

Si, más adelante, decide el lector o lectora sustituir Matías por Pepe, María, Vicente o Inés, o su nombre propio, habré acertado en mi objetivo. Porque, más que mostrarme, lo que quiero es expresarme con claridad; y pienso que refiriéndome a Matías no necesito circunloquios.

 

Empezaré por reconocer que me apura hablar del “yo”, porque no sé lo que es, mientras que de Matías hablaría extensamente. En este sentido, resultará significativo añadir que, últimamente, si digo “yo” pienso en algo insignificante; si digo Matías, puede resultar un Matías ornamentado con muchas cosas que no posee. Con todo, afirmo que me gustaría ver en mí al yo real, permanente, característico, único, que creciera gradualmente cada vez más vigoroso. Me refiero, claro está, a lo que todo el mundo entendería como su Yo Verdadero. Y en eso estoy. Si lo consigo algún día, dejaré, ipso facto, de identificarme con Matías.

 

Hace más de treinta años leí “Fragmentos de una enseñanza desconocida”, de P. D. Ouspensky. Comentaba este hombre las enseñanzas de Gurdjieff. Y, entre ambos, me convencieron de que, en mí, en vez de existir un “yo”, eran muchos los "yoes" que me suplantaban, lo cual me aclaraba el porqué de mi versatilidad. Teóricamente, son tantos esos "yoes" como ideas o fuerzas mentales y emocionales nos condicionan. Y puesto que no podemos verlos, convenía ponerles nombres característicos para controlarlos, como, por ejemplo, al “yo” que me suplantaba cuando Matías dramatizaba sus actuaciones, le puse Esquilo, y Maquiavelo, al otro “yo” que actuaba para transformar el rumbo desgraciado de los acontecimientos. Con esta técnica, ponía en evidencia mis fallos hasta el punto de resultar imposible pasarlos por alto, como solía hacer antes. En consecuencia, el desahucio de ciertos "yoes" era inminente, dada la mayor dificultad de acallar mi conciencia.

 

Pero transcurrió el tiempo sin que los resultados complaciesen del todo a Matías. Él entendía que, si un “yo” era una idea, cuando esa idea era rechazada por inútil, el “yo” dejaba de existir. En cambio, si la idea tenía éxito, el “yo” subsistía tal como era, no se fortalecía. Más bien, supone ahora Matías, que la habilidad o adiestramiento adquiridos no dependen del desarrollo del “yo”, como si de un músculo se tratara, sino del aditamento de nuevos "yoes" coadyuvantes. Cualquier experiencia exitosa, lectura confirmatoria o pensamiento afín que nos ayude a conseguir nuestros propósitos es otro “yo” que incrementa nuestra fuerza mental en proporción al número de "yoes" que se agrupen.

 

Poco más o menos, así pudo nacer y conformarse nuestra personalidad, y, por eso, a Matías le agradaría poder desprenderse de todos los aditamentos de su falsa personalidad, que le impiden seguir el recto camino que le lleve hacia otra realidad de la cual por alguna razón se halla separado. La Conferencia de las Aves, interesante libro esotérico de la literatura sufí, cuenta que las aves se embarcaron en un viaje en busca de esa otra realidad y, cuando llegaron a la meta habían perdido todas sus plumas. ¿Puede uno desprenderse de tantas cosas controlando algunos grupos de "yoes"? El Dr. Maurice Nicoll, en Comentarios psicológicos sobre las enseñanzas de Gurdjieff y Ouspensky, afirma que todo el Sermón de la Montaña se refiere a ese vaciarse a sí mismo. ¿Alguien había imaginado que la verdadera Personalidad nos proporcionaría bienaventuranzas?

 

                                                                                  Matías Mengual

 

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