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               USO Y ABUSO DE LAS IGLESIAS

 

Manuel Gisbert Orozco

  

 

Hace algún tiempo, en estos momentos no recuerdo donde, leí que durante la segunda republica española un alcalde extremeño había convocado en referéndum a sus paisanos para dejar claro, de una vez por todas, la existencia de Dios.

Supongo que tan alto cometido estaba fuera de las competencias del alcalde y de sus vecinos y que el burgomaestre solo pretendía saber cuántos de ellos creían en Dios y cuántos eran ateos.

Ignoro el resultado de ese referéndum y las conclusiones que el alcalde pretendía sacar de él, aunque supongo que intentaría adecuar las iglesias del pueblo a las necesidades que de ellas tenían sus parroquianos, destinando a otros menesteres las restante o tal vez la única que tenían.

En Alcoy no se tomaron tantas molestias. A principios de nuestra guerra civil desmontaron, no destruyeron, piedra por piedra y con andamios incluidos las iglesias de Santa Maria, San Mauro y San Agustín. Las tres más importantes y hermosas que había, las restantes se limitaron a saquearlas.

 A cambio, con esas mismas piedras, construyeron una hermosa piscina municipal, tamaño olímpico, que fue orgullo de los alcoyanos y envidia de nuestros vecinos durante algunos años. Yo he de reconocer que prefería el agua tibia de la albufereta, la de los años cincuenta, no la de ahora, a la fría de nuestra piscina en la que si el baño duraba más de cinco minutos corrías el riesgo de que se te helasen los cataplines.

Las dos primeras fueron reconstruidas posteriormente, pero no tienen la prestancia de las anteriores que actualmente cumplirían tres siglos de antigüedad. Peor fue lo de San Agustín, imposible de reconstruir, lo que significó la desaparición de siete siglos de historia por el capricho de unos ignorantes.

Recientemente Jubicam, como antigua- mente hacían los Padres Escolapios, nos lleva-ron de excursión a Morella. Esta población está dentro de un recinto amurallado y en su interior el espacio es oro puro. Entramos a la ciudad por la puerta de San Miguel y casi inmediatamente nos  topamos  con  una iglesia

 

cuya puerta, probablemente con anterioridad de madera y protegida con una lamina de latón claveteada, había sido sustituida por otra de vidrio que anunciaba y abría paso a un ambulatorio de la seguridad social. Original solución. El bajón de las actividades religiosas se conjuntaba con un incremento de las prestaciones sanitarias, todo ello sin destrucción del patrimonio cultural. Me hubiese gustado visitar su interior y contemplar el resultado de esa mezcla tan exótica, pero el ir en rebaño tiene sus inconvenientes.

Si mis antecesores alcoyanos hubiesen sido más inteligentes, podrían haber construido la piscina dentro de la iglesia, y aunque ésta no estuviese climatizada seguro que los cataplines de muchos usuarios lo hubiesen agradecido, y, sobre todo, no hubiese ocurrido nada irreparable.

Actualmente, una época en que las iglesias son visitadas más por los turistas que por los fieles, habría que tomar medidas para evitar su desaparición.

Por cierto, y ya para terminar, cuando visitamos en Castellón la iglesia de nuestra Señora del Lledó (curiosamente en  catalán, en valenciano sería Llidó y en castellano Almez) observé la presencia de un reloj de pared al lado izquierdo del altar. En un lugar de recogimiento y oración en donde el tiempo no cuenta, o por lo menos no debía contar, la presencia de ese artefacto imprescindible en los tiempos modernos lo considero fuera de lugar. De hecho es el único que he encontrado dentro de una iglesia.

P.D. Si alguna vez  visitas esta iglesia no dejes de probar “els llidons”, frutos de los árboles de su jardín. En la época que fuimos, finales de octubre, estaban de muerte. 

 

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