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MONÓVAR, EN SÍ Y EN MÍ

 

 

Vicente Ramos

  

Debo decir que el amanecer de Monóvar en mi  sensibilidad, la epifanía de esta “ciudad luz, ciudad flor, ciudad estrella”, que dijo el poeta Juan Sansano, me  aconteció al filo de mis diez años de edad

La aurora llegó a mí en cáliz estético azoriniano. Fue leyendo las páginas de Superrealismo, novela rebautizada El libro de Levante, esa prenovela seductora, en la que José Martínez Ruiz evoca las raíces de su pueblo, de su aire y de su tierra y en la que se despliega una teoría psicológica del alicantino, a la par que se glorifica la imagen de su patria chica, “ciudad apacible”, cuyas nupcias de cúpula y palmera se transmutan en categoría de lo hispánico.

Por aquellos lejanos años de mi despertar juvenil, comencé, gracias a la palabra del maestro, a saber de Monóvar, a desear a Monóvar, a querer a Monóvar amparado en la seguridad escolática de que no hay asentimiento volitivo sin una previa cognición.

Pero este conocer, como ya digo, discurrió por vía lírica, por cielos de sensualismo espiritualizado, ya que, para mí, Monóvar, la mágica y esotérica Monóvar se me desveló en la fragancia del jazmín, cuyo olor, nos asegura el maestro, “compite con los olores de la rosa, del nardo, del clavel”. Y añade: “Un pueblo asentado en la colina, al margen de un hondo valle, evitado por la carretera que va de Madrid a Alicante –que pasa por Elda y no por Monóvar- habrá de ser el preferido del jazmín”.

Obsérvese que, en tan delicadísima elección, el jazmín que alegoriza a este pueblo alicantino no es el típico español, jazmín coloreado, sino el “nítidamente blanco”.

Así, pues, la blancura de lo fragante, unida a lo grisáceo de la tierra, vínculo incógnito, nos proporciona la medida armónica, ideal, de Monóvar, pueblo “de pura y clara inteligencia”.

 

 

Ciudad de honda hidalguía y de clásico espíritu, donde el culto a las artes, a la tolerancia y a la Naturaleza ha ido labrando la realidad de nuestros días o “hinchiendo –en la terminología azoriniana- el ambiente, formando un nuevo ambiente, prepa-rando una generación moderna y culta”.

Esta generación liberal de hoy ama lo sencillo y lo concreto, pero anhelando, al igual que el gran poeta de Superrealismo, que se eternice “este momento de contemplación

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