EL MEJOR AMIGO
Francisco L. Navarro Albert
Seguramente el perro ha recibido el título de “mejor amigo del hombre” con todo merecimiento y lo ha demostrado cumplidamente a través de los numerosos ejemplos que hemos visto o han llegado a nuestro conocimiento.
¿Quien no ha oído lo del perro San Bernardo, buscando entre la nieve hasta dar con el excursionista perdido para, seguidamente, reconfortarle con un buen trago de coñac?, o del que salva a su dueño de una muerte horrorosa al despertarle con sus ladridos, avisándole del incendio que asola su casa. Muchos hemos sido testigos de la valiosa ayuda que el perro lazarillo presta al invidente para sortear los obstáculos del camino.
Cualquiera podría citar, sin duda, tantos y tantos otros ejemplos, de los que cada uno – por sí solo- bastaría para otorgar al perro, con toda legitimidad, el citado título. Cualquiera –también– con dos dedos de razón pensaría que una conducta así merecería, al menos, una posición de respeto, consideración, cuidado…
Sin embargo, no todos los que disfrutan de los favores de estos sencillos y afables animales adoptan hacia ellos actitudes en este sentido. Así, resulta lamentable leer noticias sobre personas (¿?) que abandonan a sus perros cuando se van de vacaciones, sin importarles en qué condiciones que-dan, o cazadores desaprensivos que los matan cuando sus cualidades físicas se han deteriorado, o …
Para los que vivimos en ciudad, muchos de los poseedores de perros practican hacia ellos una especie de maltrato psicológico, atrayéndoles la animadversión de las personas que tienen que sufrir los tropiezos y olores del resultado de sus digestiones que, por lo que parece, a ellos deben parecerles agradables (aunque –en tal caso– podrían llevárselas a su domicilio).
A ellos, los dueños, por su falta de respeto hacia el resto de ciudadanos, habría que otorgarles –a su vez– el título de “peor amigo del perro” y van para ellos estas rimas, de cuya redacción pido disculpas si hieren alguna sensibilidad.
Salí de casa atento
y una mierda no pisé
mas, apenas me alejé un poco
con otra más grande topé.
¡Malhaya sea ese perro!
¿Malhaya sea? –pensé–
Malhaya sea su dueño,
el que tira del arnés.
Que pudiendo elegir sitio
puso la mierda a mis pies.
¡Que me la llevo a mi casa!
y como llene el parquet
me veo tirado en la calle
pisando mierda otra vez.
Mecachis en el alcalde
y en los concejales también
que pierden el tiempo en leyes
que quedan sólo en papel.
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Mientras, el dueño del perro,
al que -de marrano– acusé
se queda mirando tan fresco
cómo arrastro yo el pie
y restriego la mierda
por esa acera que es
al fín un campo abonado
para otros que no ven
y pisan la mierda de nuevo
y, ¡a casa con ella también!
¡Malhaya sea ese dueño
que dice a su perro querer!
Si tanto quiere a su perro
que quiera su mierda también,
que se la lleve a su casa
y postre de hinojos a sus pies
que yo le cedo mi parte
y descanso tranquilo después
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