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        PELLETES
 

                                          MANUEL GISBERT OROZCO

       

 

El nombre de una calle no es eterno. Las diversas vicisitudes históricas modifican su denominación, y la alternancia en el poder de las diversas ideologías políticas provoca el caos. Los héroes para unos, suelen ser villanos para los otros, y solo los primeros tienen el privilegio de lucir sus nombres en el rótulo de una calle.

Que una persona asesine a otra, mediando además odio, y que los dos sean considerados como héroes por una misma formación política y sean distinguidos, cada uno, con una calle en Alcoy, resulta como mínimo paradójico.

Se trata de Agustín Albors, alcalde de Alcoy cuando se produjeron los sucesos de “El Petróleo” en 1872, y Severino Albarracín, cabecilla revolucionario y jefe de los internacionalistas. Los sucesos que ocurrieron en Alcoy a raíz de estos incidentes son demasiado extensos para tratarlos en tan breve artículo, por lo que nos centraremos en los hechos más importantes.

La ayuda que se solicitó a Alicante, tardó tres días en recorrer los cincuenta kilómetros que nos separan, para finalmente detenerse a las puertas de Alcoy. Tanta demora se debía a que el comandante Riera, que mandaba las fuerzas gubernamentales, temía que sus hombres se pasasen a los revolucionarios. Parece ser que sus temores no eran infundados, y de esa forma lo único que hizo fue curarse en salud.

Agustín Albors, durante esos tres días, estuvo sitiado en el Ayuntamiento, intentando pactar una paz imposible y esperando una ayuda que nunca llegó. Cuando intentó escapar a través de las casas adyacentes, los revoltosos las quemaron con petróleo para evitarlo. Finalmente fue descubierto en su huida, y cuando intentó parlamentar fue asesinado a tiros sin dejarle articular palabra.

Su cuerpo fue arrastrado por toda la ciudad como si fuese un toro después de una corrida. Julio Berenguer, en su historia de Alcoy, añade que le cortaron una oreja, y la guía que nos acompañó hace unos días por un “tour” turístico por Alcoy aseguró que le cortaron también el “rabo”. Bueno, no empleó precisamente esa palabra, pero ustedes ya me entienden. Todo lo anterior lo digo ateniéndome a los hechos y con todos los respectos que me merece el personaje. Agustín Albors tenía como apodo “Pelletes” (Pielecitas). Hasta hace poco tiempo, cuando un alcoyano amenazaba a otro le solía decir: “T´arrastraran com a Pelletes” previniéndole de lo que le podía pasar.

Muchos creen, la guía que nos acompañó en la visita a la ciudad también, que el apodo es consecuencia de cómo quedó su cuerpo después de su horroroso final. Pero según parece este apodo ya lo ostentaba en vida, lo que descarta esa opción; al parecer tiene su origen en una cazadora de piel que llevaba durante su infancia, prenda que estaba fuera del alcance de la mayoría de los niños de su edad. Por el uso lucía dicha cazadora unas pequeñas descamaciones que parecían trozos de piel sueltas, y de ahí el nombre de su apodo: “Pelletes”.

Severino Albarracín, que indiscutiblemente pudo evitar la muerte de su oponente, era un alucinado o estaba como una cabra. En los escasos días que “gobernó” Alcoy intentó un ensayo utópico de acratismo. Prohibió  el  asociacionismo, la  libre  circulación  de personas e implantó el

toque de queda. Secuestró a los próceres de la ciudad hasta que obtuvo un rescate por ellos, y cuando la situación se hizo insostenible dejó a sus partidarios en la estacada, huyendo a Francia con el dinero obtenido e importantes documentos. Murió cinco años después, a los veintiocho, de tuberculosis en su refugio de Barcelona.

Aunque mi amigo Gomis se cabree, y no dudo que lo hará, no puedo dejar de exponer que algunos historiadores alcoyanos ven en estos movimientos sociales, este no fue el único, una “mano negra” repartiendo órdenes, más o menos explícitas, con el fin de crear crispación, estancamiento de la producción y un antagonismo de la población española contra los alcoyanos, lo que en definitiva se traducía en una bajada de las ventas de nuestros productos. Como los únicos beneficiarios en estos casos  eran nuestros competidores directos: los catalanes. Que cada cual opine lo que quiera.

Muerte de Don Agustín Albors

 

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