Índice de Documentos > Boletines > Boletín Abril 2007
 

        CARTA PARA EL MÁS ALLÁ

 

(A la atención de Manuel Lucas)

Mª Teresa Ibáñez

 

Cariño mío: Hoy, 18 de marzo, hace un año que te fuiste para siempre. Creía que no sería capaz de soportar tu ausencia y mi soledad, pero solemos ser más fuertes de lo que imaginamos.

La misa de esta mañana la han celebrado por ti y después, como todos los domingos, me he ido a pasear un rato. Todo el campo está lleno de flores, pero está así desde febrero pues ha hecho un invierno anormalmente caluroso.

Ya sé que no te hubiera gustado que fuera sola por ahí, pero ¿quién va a hacerme daño? No tengo miedo de nada, todo me da igual.

Por donde voy, todo son recuerdos tuyos, y hasta que no me acostumbro lo paso mal. Sobre todo al principio, cuando veía a un matrimonio mayor cogidos de la mano se me llenaban los ojos de lágrimas, que nunca dejaba que rebasaran el borde de mis gafas oscuras.

Todos queremos envejecer juntos y poder morir con poca diferencia de tiempo, sobre todo si hemos sido un matrimonio muy unido, pues aun siendo distintos, el cariño hace que nos fundiéramos en un solo ser.

Salgo con los amigos, hablo con la gente y todos creen que estoy bien, (nunca he llorado delante de nadie) pero siento una tristeza honda y como si un puño de hierro me apretara el corazón. Adelgacé en pocos meses quince quilos, pero no te preocupes, me sobraban y aunque procuro cuidarme como todos me dicen, aun no he recuperado nada.

Estos días lo estoy pasando mal, pues recuerdo, aun sin querer, todo lo que pasó ahora hace un año. Pasaste en poco tiempo de creer que estabas fuerte y sano a descubrir que tenías cáncer de páncreas, piedras en la vesícula y una hernia de hiato que, aun siendo lo menos grave, fue la causa de tu muerte.

Yo te dije “me cambiaría por ti”; “verás como lo supero” me contestaste. Nunca te quejaste, nunca te vi abatido, eras tan optimista, tan fuerte de espíritu, tan alegre… disfrutabas de todo, amabas la vida más que yo.

Te voy a contar un sueño que tuve cuando me di cuenta de que habías adelgazado mucho, que te cansabas, que habías perdido el apetito… Empecé a pensar que tenías algo grave y entonces tuve este sueño que me llenó de angustia: Íbamos paseando cogidos de la mano como solíamos hacer, por la carretera que va de Benidorm a Villajoyosa (no se por qué era esa carretera, aunque después de pasar “todo” alguien me dio una explicación: allí estaba el tanatorio donde fuiste incinerado, aunque entonces nadie sabía que sería allí). Pues, como te digo, íbamos paseando y lenta y silenciosamente se fue acercando a nosotros un coche negro muy grande. Paró a nuestra altura y nos hicieron señas para que nos acercásemos. Yo miré hacia dentro y vi que iba lleno de gente de todas las edades, también niños. Subiste a él sin decir nada, yo quise hacerlo pero me dijeron que no, que debía seguir caminando hasta Villajoyosa. Me quedé sola en la carretera viendo cómo te alejabas y pensando que no tenía fuerzas para llegar a mi meta.

Al despertar lo recordaba todo perfectamente, fue un sueño premonitorio que, como es natural, no te conté. Me impactó mucho, pues a pesar de no saber lo que tenías, tuve la certeza de que te iba a perder pronto.

He estado tentada muchas veces de escribir una carta a ese cirujano en el que tenías tanta confianza, y decirle que fue un imprudente y un prepotente al operarte de tres cosas a la vez. Al intervenir la hernia de hiato se rompió el esófago, como dijeron que podía suceder, y te produjo una infección de mediastino que fue irreversible. A veces pienso que la fecha de tu muerte fue el día dos y no el dieciocho, pues te anestesiaron y ya no despertaste más.

Todos se portaron muy bien conmigo: mis hermanos, los amigos y hasta vinieron a verte tus primos de Hontanaya. A todos les estoy muy agradecida.

Todavía conservo en el jarroncito de la cocina la última buganvilla que me cogiste de la tapia de enfrente; se ha secado, pero sigue conservando su color rojo intenso y me la estimo. También tengo en casa tus cenizas. No pienses que soy morbosa, pero no soy capaz de deshacerme de ellas, parece que me hacen compañía, es lo más tuyo que tengo.

A veces, mientras leo y veo la tele, cierro los ojos y extiendo mi brazo hacia tu butaca esperando notar la presión de tu mano en la mía, luego la retiro y se me escapan unas lágrimas pues eso ya no puede suceder. A pesar de la gran pena que siento y que creo que nunca se me va a quitar, doy gra-cias a Dios porque tuviste una muerte cristiana. Porque no sufriste. Lo hubieras pasado muy mal con todo lo que tenías y sabiendo que me dejabas tan sola, siendo como eras tan protector conmigo. Pa-ra mí hubiera sido terrible verte sufrir, ver cómo se te iba la vida poco a poco sin poder hacer nada.

Doy gracias a Dios porque aunque esto es tremendo para el que lo pasa, no deja de ser normal y cotidiano, y antes o después uno de los dos se queda solo. Hay gente que sufre desgracias muy grandes y yo debo conformarme con la mía y hemos tenido la suerte de querernos mucho, hemos sido felices y me has dado tanto… Hay mujeres maltratadas, mujeres que nunca han conocido el amor… He tenido mucha suerte de haber vivido todos estos años contigo.

Gracias por tu bondad, por tu generosidad, por tu alegría y por lo que me has querido y cuidado.

Hasta pronto, porque el tiempo pasa deprisa. Un beso muy fuerte.                                Tu esposa.

 

Volver