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   EL  CAMBIO  CLIMÁTICO

                                                                          Manuel Gisbert Orozco

 

 

Estoy preocupado, estamos a quince de abril y “el alemán” todavía no ha llegado. El alemán es un vecino del adosado que tengo en el monte de Santa Pola. Hace quince años que lo conozco y nunca me ha fallado. Suele venir después de las cigüeñas y mucho antes de la llegada de las golondrinas. Hasta hace dos o tres años lo normal es que arribara una semana antes de San José, porque aunque yo lo llamo “el alemán”, por residir en ese país desde hace más de cuarenta años, en realidad se llama Salvador y es natural de Chella, en la provincia de Valencia, y cuando irrumpe la primavera huye de los rigores del clima alemán y se acerca a su tierra natal para sentir el calor del fuego y saborear el olor a pólvora de las fallas valencianas. Cierto es que los dos últimos años se ha retrasado por problemas de salud. El primero, de su esposa y el segundo de él; este año, además, tiene la excusa de que en febrero habrá nacido su segundo nieto, que viene acompañado de un pan de 18000 euros que es como el gobierno de la señora Merkel da la bienvenida a sus nuevos conciudadanos a la vez que se asegura el voto de los padres.

Sin embargo, todos estos factores no los juzgo suficientes para impedir su llegada, y una duda me ha asaltado esta mañana. Mientras degustaba  un frugal desayuno viendo la televisión, he visto un barco, cargado de turistas en mangas de camisa, navegando por un río teutón, mientras el locutor nos informaba de que en Alemania están viviendo un verano anticipado. Entretanto, yo, aquí en Alcoy y a pesar de que luce el sol la temperatura exterior es solo de seis grados, me tengo que poner el batín mientras escribo este artículo, y encender la calefacción apenas cae la tarde. ¿Qué está ocurriendo? Sencillamente, ha llegado el tan temido cambio climático; y esto que ocurre actualmente, dicen los agoreros, es lo mínimo que nos puede pasar.

El otro día leí un artículo que anunciaba que el mar Mediterráneo se retiraría cuarenta metros de su nivel actual, y aunque no explicaba muy bien los motivos, la noticia me pareció magnífica. De pronto, miles de edificios ilegales situados en primera línea de playa se convertirían en legales al guardar la distancia mínima que con respecto a la orilla del mar ordena la actual ley de costas. A la vez que la superficie de playa a poblar con sombrilla aumentaría escandalosamente, hasta el extremo que necesitaríamos unos prismáticos para observar a esa señora en bikini que siempre se pone a nuestro lado y que hasta ahora podíamos incluso tocar (por equivocación, naturalmente) con solo alargar la mano.

           Pero mira por donde llega la seño ra  Narbona, ministra de no se qué, que parece que la ha puesto el señor Zapate- ro exclusivamente para hacerles la puñe ta a los valencianos, y nos cuenta que el mar no bajará, sino que incluso subirá su nivel en un metro. Opción más creí- ble que la anterior debido a que el calen- tamiento  global  provocará  el   deshielo

 

de los polos y el lógico incremento del nivel del mar, aunque un tanto exagerada si tenemos en cuenta que las mareas solo logran variar en quince centímetros el nivel del mediterráneo.

        De todas formas, de ser así, en al-gunos lugares los edificios de la  prime- ra línea se inundarán, los de segunda línea se convertirán en ilegales y si quie-

res ir a tomar el sol a la playa será a condición de ponerte encima de la señora del bikini, cosa que la parienta no creo permita. En definitiva, un desastre.

Otro problema es el de las desaladoras. Los del PSOE nos las imponen para fastidiar al PP, y estos las rechazan, poniendo todas las trabas inimaginables, para fastidiar a los otros. En medio, los alicantinos que somos los únicos perjudicados.

El principal inconveniente de las desaladoras es que el agua sobrante de la desalación, la salmuera, la devuelven al mar provocando la destrucción del medio marítimo y un perjuicio adicional a los pescadores, que ven como la pesca desaparece en esa zona. Lo que no comprendo es por qué esa agua salobre, con un alto contenido en sal, en vez de devolverla al mar no es remitida a las salinas, en donde, si las matemáticas no fallan, al tener un mayor porcentaje de sal y menos cantidad de agua, duplicarían la producción en un tiempo menor de exposición al sol.

Lo extraño es que a nadie se le haya ocurrido, o sí, y no lo hacen para no perjudicar a los pajaritos. Sería el colmo.

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