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Gorée

 

 

A tres kilómetros de Dakar, capital de Senegal, o quizás debería decir a poco más de dos millas, está situada una pequeña isla: Gorée. 

Es tristemente conocida porque durante más de tres siglos fue el más importante mercado de esclavos destinado para aprovisionar de ellos a los Estados Unidos, al Caribe y a Brasil. En 1536 se construyó la primera casa de esclavos, cuando era colonia portuguesa. Al menos desde entonces y hasta el siglo XIX (el Reino Unido abolió la esclavitud en 1807 y Francia lo hizo bastantes años después) en Gorée se estableció el más activo comercio de esclavos, y aquella casa, que construyó un holandés en 1776, aún se conserva como museo. 

Un anciano –que parecía haber sido liberado de las cadenas semanas atrás por la fragilidad aparente de su delgado cuerpo- nos explicó en francés la historia de la casa, y cómo estaba distribuida por mazmorras: una sala para hombres, una para recuperar peso, una para mujeres, otra para mujeres jóvenes, una para niños… 

Se han cifrado en unos veinte millones de individuos los que fueron secuestrados en sus aldeas, trasladados y vendidos a los tratantes que se establecieron en la isla, hasta que eran embarcados rumbo a su nuevo destino. La casa-museo de esclavos tiene un pasadizo que conecta directamente con la playa – cara al abierto océano- por donde, encadenados, debieron salir

 

decenas de miles de personas de color hacia los barcos anclados justo enfrente. Si uno lo recorre, como yo hice, a poco que sea mínimamente sensible se le eriza el vello, y el arrobo se le manifiesta por todos los poros de su cuerpo.

Cuando visité la isla, hace años, apenas el moderno comercio de esclavos –o sea el negocio de las pateras- había adquirido la notoriedad con que ahora lo conocemos. Si antes los reyezuelos de las tribus eran los que ejecutaban las razias sobre sus vecinos, por odio y por las treinta monedas de los tratantes, ahora sus indignos descendientes son los que organizan los viajes vendiendo cada plaza como si fueran a viajar en la gran clase de un Concorde. O sea por más de treinta y de trescientas, pues muchos, para que viajen sus hijos, venden lo que no tienen con la esperanza de recibir algún día alguna transferencia desde el mundo rico. Se ha inventado, quizás, una nueva forma de esclavitud en este siglo XXI. 

Por eso, cuando compré aquella figura de madera tallada me dio vergüenza regatear el precio, aunque acaso con ello ofendí más al artesano senegalés que con una tosca gubia moldeaba allí mismo, de cara al Atlántico, sus figuras, las mismas que podemos ver aquí a los manteros entre carrera y carrera, huyendo de la policía.

 

toni.gil@ono.com

 

 

 

 

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