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ALMA Y CUERPO

 

Gaspar Llorca Sellés

 

 

 

Tumbado en el sillón del salón, sus párpados se cierran y se entreabren y en la somnolencia observa la gran biblioteca con gordos tomos que su madera de ébano contiene. Algunos de ellos han sido vividos en pasadas lecturas y parece que le hablan de nuevo; hay algunos conocidos pero mudos por el olvido de su contenido, pero aquél que le sonríe le está diciendo y llevando a una realidad vivida que ahora renace, y se siente amigo y compañero del héroe del relato y en la escena de amor con Beatriz se convierte en protagonista. No sigue la historia, se va hilvanado otro guión en donde las imágenes nuevas, las figuras, el paisaje y hasta los actos y la conversación  tiene un estilo nuevo a semejanza de lo que la cultura le ha ido inculcando. Sueña y vive o vive y sueña en un estado puro donde no hay lujuria y sí unión, los cuerpos se juntan, se mezclan, la materia se retuerce, el sudor, saliva y esperma se convierten en fuegos y resplandores de la fusión de dos corazones que laten al unísono henchidos de amor, que forman un solo espíritu en igual composición y partes de los amantes. Es un momento sublime, heroico. Pero no es eterna su duración y cede y desaparece ante el deseo carnal que lo invade y una vez más el cerebro se ofusca y no rige, la materia se impone, esa materia que anula la voluntad. Cuerpo y espíritu, neuronas e ideas, nuestra imagen que sale de nosotros y se refleja mostrándose incorpórea, es idea, es incorrupta, es eterna sin principio ni fin, pero de momento se esfuma, se escapa, sale de nosotros y deja solo al cuerpo, a la materia, a lo real, a los sentidos que la han vencido.

                En el silencio del atardecer y a la luz tenue celeste que inunda el salón se palpa una paz imaginaria. Por el resquicio de las monumentales puertas penetra sigiloso un hermoso gato blanco y de un pequeño salto se posa en el regazo de su dueño y, como él, cierra los ojos, e impertinente se mete en su sueño. Y participa en aquel aquelarre de pasión.

                La mano del amo acaricia el sedoso pelambre gatuno y en un momento ajeno a la voluntad y no al sentir corporal, aprieta aquel cuerpo amoroso y dócil, y cada vez los sentidos se van precipitando y su mano aumenta su fuerza y el gato que no duda del cariño de su damnificador, sumiso con alma y cuerpo a aquel amor, no se mueve ni maulla, pero la vida se le escapa y un acongojado maullido irrumpe en aquel silencio despertando a su amo y señor, que, horrorizado, contempla la escena y el crimen.

                Una vocecita lo devuelve a la realidad, y un volcán de culpabilidades con sus movimientos sísmicos recorre todo su cuerpo:

¡Papá! ¿Qué has hecho?

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