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Manuel Gisbert

                 JORGE JUAN            

 

         Los antiguos Institutos de Enseñanza Media, ahora creo que se llaman de otra manera, suelen llevar el nombre de personajes famosos nacidos en la localidad en que  están ubicados. Los de Alcoy se denominan Padre Vitoria y Andreu Sempere, ilustres químico y gramático respectivamente; el de Concentaina, Padre Arques, historiador y teólogo; y el de Játiva -la antigua San Felipe para honra de botiflers y desdicha de maulets, cuna por otra parte de mi abuela paterna y, por una serie de extrañas circunstancias, lugar en donde sufría los exámenes de las asignaturas de bachillerato que estudiaba (es un decir) por libre en Alcoy- se llama José de Ribera “El Españoleto”, ilustre pintor nacido en la hermosa villa setabense. El más antiguo de Alicante, y vamos de una vez al grano, se llama Jorge Juan, ilustre marino, que aunque no había  nacido en Alicante sí lo había hecho en Novelda, por lo que todo queda en casa.

 

         El Instituto, como templo azteca, está situado en lo alto de un montículo al que se accede por una escalinata que hubiese hecho las delicias de Rocky Balboa, y que supongo dispensaba a los alumnos que ascendían diariamente por ella de la oportuna clase de educación física.

 

         Siempre me ha gustado la Historia, pero cuando yo estudiaba (en la época pre-democrática) los libros de texto se limitaban a relacionar una serie de reyes y las oportunas batallas en  que participaron. De cultura, arte, ciencia, costumbres, etc... ni rastro. Ese es el motivo de que, hasta hace bien poco, solo sabía que Jorge Juan había sido un marino integrado en una expedición francesa  para averiguar no sé qué lío de un grado del arco terrestre, allá por tierras de Ecuador y a mediados del siglo XVIII, más o menos.

 

         Cuando, hace unos días, tuve la ocasión de agenciarme una biografía del susodicho -por menos de lo que cuestan dos cucuruchos de helado en una terraza de Santa Pola, gracias a las ofertas de las ferias de libros-, pude comprobar que lo podíamos considerar como un “Macgiber” a la española, y que, como el “Tío Furgaes” en Alcoy, era capaz de solucionar o reparar cualquier cosa sin apenas medios. Miren si no, un resumen de su biografía.

 

         Jorge Juan, nacido en el seno de una familia adinerada, realizó sus estudios dentro de la Orden de Malta y posteriormente en la Academia de Guardias Marinas de Cádiz. A los 21 años, junto con su compañero Antonio de Ulloa, tuvo la fortuna de ser seleccionado por Felipe V para formar parte de la expedición que debería medir un grado del meridiano terrestre en el Ecuador, acompañando y a la vez controlando a una expedición de científicos franceses.

 

         Durante su estancia de casi once años en América, aparte de su principal misión se dedicó a situar exactamente en los mapas la ubicación de las principales poblaciones que visitó, y a denunciar la opresión que sobre los indígenas ejercían las autoridades locales, tanto civiles como eclesiásticas. A requerimientos del Virrey reforzó las paupérrimas defensas de los puertos del Pacífico americano, hasta entonces relativamente protegidos por el Cabo de Hornos que los corsarios ingleses evitaban cruzar. Pero al ocupar éstos las Islas Malvinas y disponer de una base en la zona, se volvieron más osados y frecuentaron cada vez más sus visitas a dichos puertos con no muy buenas intenciones.

 

         Durante dos meses, al mando de una flotilla compuesta por dos fragatas, Jorge Juan persiguió, incluso hasta las Islas Galápagos, al corsario inglés Anson que había estado atacando y saqueando algunas poblaciones costeras. Después de un accidentado regreso a España, fue enviado, por el entonces primer ministro, el Marqués de la Ensenada, a Inglaterra ¡¡cómo espía!!

 

         Consiguió los planos de los buques de guerra ingleses, sensiblemente superiores a los fabricados en aquella época por los españoles, y se trajo hacia España junto con sus familias a los constructores, no solo de los cascos, sino también a los encargados de fabricar las jarcias y los velámenes, con telares especiales incluidos para la fabricación de las telas, entre otras muchas otras cosas. La ineptitud de las autoridades españolas, que convertían en “una nota de protesta” todas las informaciones secretas que les iba remitiendo Jorge Juan, unida a la sangría de personal cualificado que iban sufriendo, alertaron a las autoridades británicas y éstas estuvieron a punto de enviar al traste  la operación. Jorge Juan tuvo que huir para evitar ser capturado, no sin antes recomendar a sus agentes que los postreros contratados, pendientes todavía de salir, pusiesen rumbo a España vía Portugal (aliada de Inglaterra), ya que los barcos con destino a puertos españoles habían sido bloqueados.

 

         Una vez instalado en España de nuevo, Jorge Juan se encargó de arreglar todos los problemas que otros habían sido incapaces de solucionar. Así ocurrió en los puertos de El Ferrol y Cartagena; y con la instalación de unos simples ventiladores aumentó sensiblemente la producción de mercurio en las minas de Almadén. Este metal es necesario para la obtención de la plata, y dicho invento repercutió rápidamente en la producción de las minas de Potosí en Perú, con el consiguiente beneficio económico. Todo ello mientras dirigía la Academia de Guardiamarinas de Cádiz.

 

         En 1767 es enviado por Carlos III en misión diplomática a Marruecos con objeto de conseguir un tratado de paz que acabe con los enfrentamientos entre ambos países. Se granjeó inmediatamente las simpatías del embajador Al Gazel, consiguiendo de esta forma la mitad de su éxito. Posteriormente hizo otro tanto con el Sultán y sus hijos, con lo que consiguió el resto.

 

      No lo tuvo tan fácil como parece, pues tuvo que competir con una Delegación Francesa que tenía los mismos propósitos que él, pero con la ventaja de ir provistos de mejores regalos y oro, pese a lo cual consiguieron únicamente la adhesión de Muy Driz, primo del Sultán, pero que no pasaba de ser “el ultim pet del orgue” en la corte.

 

         Después de este último servicio a la corona, la enfermedad que venía padeciendo le atacó con más saña que nunca y murió en 1773 a los 60 años de edad.

 

         En fin, queridos lectores, solo me queda recomendarles la lectura de la biografía de este alicantino de pro, que todos admiramos, pero que es un perfecto desconocido para la mayoría de nosotros.

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