Índice de Documentos > Boletines > Boletín Octubre 2007
 


Mª Teresa Ibañez

   VACACIONES ESPECIALES


         Me dijo mi cuñado si quería irme con ellos; me lo dijo con algo de timidez porque no quería que me sintiera obligada a decir que sí. Hubiera podido irme con cualquiera de mis hermanos, todos tienen algún sitio agradable donde pasar unas plácidas vacaciones, pero yo sabía que aquéllos me podían necesitar más.

 

         Vinieron a recogerme el primero de Agosto, y nos desviamos hacia Hontanaya donde estuvimos ocho días. Pude limpiar y airear la casa, ver a los parientes de mi marido y recoger varias garrafas de aceite (que es buenísimo) con el que después puedo hacer algún regalo.

 

         Luego nos fuimos a Cotorredondo que está a 30 Km. de Madrid, pues allí vivieron mi hermana y su familia durante cuarenta años. “Coto” es un monte precioso, verde y exuberante; por su base pasa el río Guadarrama y está lleno de encinas y pinos frondosos, entre cuyas ramas brincan las inquietas ardillas pelirrojas.

 

         Lo he pasado bien allí, pues estaba acompañada, ¡Es tan triste la soledad…! He trabajado mucho, pero me he sentido muy útil, y casi necesaria. Mi cuñado me regañaba: “no trabajes tanto, te estás machacando”, pero a mí me gustaba estar siempre ocupada: los chalets siempre son más grandes que los pisos y además hay terrazas y más cosas que limpiar.

 

         También ayudaba mucho con mi hermana, ¡pobre Asunta! me inspira una compasión y una ternura… Ha sido siempre alegre, trabajadora, buena y muy guapa, yo siempre fui “el patito feo” de la familia, con la diferencia de que nunca me convertí en cisne. Ella ha tenido cuatro hijos y cuando el matrimonio ya podían relajarse y hacer bonitos viajes o lo que quisieran, le surge esta enfermedad degenerativa que la tiene sujeta a la silla de ruedas, le impide hablar con claridad, sus brazos han perdido fuerza y hay que ayudarle a comer y hacérselo todo. Solo lee, siempre le ha gustado mucho leer; discurre perfectamente, pues el cerebro lo tiene muy bien, es el cerebelo lo que no le funciona.

 

         La aseábamos entre su esposo (que es buenísimo) y yo y luego ella me decía cómo quería que la vistiera (le gustaba cambiar todos los días), la maquillaba un poquito y le pintaba y arreglaba las uñas cuando hacía falta. A veces me decía que quería ver lo que había en algún armario, yo se lo sacaba todo, pues sé que eso la distraía. Un día me dijo: “me cuidas como una madre”, fue el elogio más bonito que me podían haber hecho con menos palabras. Me sentí emocionada y como si me hubieran hecho un hermoso regalo.

 

Salí poco, solo dos veces, pues era mi cuñado el que hacía la compra en un pueblo que hay a tres km. de “Coto”. Se llama Arroyomolinos y antes era un pueblecito pequeño, con escasos habitantes y la mayoría de ellos trabajaban como jardineros o guardeses en los chalets de Cotorredondo; ahora es enorme, todo nuevo, lleno de urbanizaciones y casas preciosas; no hay edificios altos y está lleno de jardines, glorietas y fuentes.

 

         Nosotros solo salimos un día a “Ikea” y otro a “Xanadú”. Xánadú es un centro comercial enorme y bonito, es conocido en Madrid porque tiene todo el año pistas de nieve artificial; detrás de unos grandes ventanales puedes ver en pleno verano cómo se desliza la gente, bien abrigada, como en cualquier estación de esquí.

 

         En todos los chalets hay que subir o bajar una pendiente, el de mis hermanos es de los más altos y es muy bonito ver desde la terraza cómo asoman entre el verde de la vegetación los variados coloridos de tejados. Nos sentábamos allí todas las tardes y me gustaba escuchar las cosas que contaba mi cuñado; es una persona muy culta y siempre cuenta cosas interesantes. Mirábamos a las tórtolas volar entre los árboles y a las palomas torcaces bajar a beber sobre una tabla que flotaba en la piscina. Cenábamos pronto, pues mi hermana estaba deseando acostarse a las diez o poco más; le dolía todo de estar todo el día sentada, nunca le gustó hacer la siesta.

 

         No he visto ni un día la televisión. Ayudaba a mi cuñado a acostarla, le daba un beso y luego leía en mi habitación un buen rato antes de dormir.

 

         A mi cuñado se le enganchó una raíz en el pié y cayó, se le hizo un corte grande en la mano y se le rompió un metacarpiano. Menos mal que dos de sus hijos viven cerca y pudieron llevarle a Urgencias. Casi todas las tardes venían a vernos. Claro que con mi cuñado lesionado yo tuve que hacer muchos más esfuerzos de los convenientes y se me resintió mucho la espalda, todavía me duele, pero aún así estoy contenta. Ellos me han ayudado a mí con su compañía y yo les he ayudado a ellos todo lo que he podido.

 

         Pensé muchas veces que al volver a Alicante podría ir voluntaria para ayudar en el Cotolengo o algún lugar similar. Es muy gratificante poderse dar a los demás, pero la verdad es que tengo la espalda fatal, y hasta me cuesta cuidar de mi misma.

 

         Al volver a casa el uno de Septiembre, me asaltó esa sensación de vacío y desamparo que siento siempre al regresar después de estar unos días fuera, pero tenía mucho equipaje que subir (el ascensor no me sirve para nada) y muchas cosas que colocar en su sitio y procuré hacerlo y no pensar cosas tristes.

 

         Mis cosas personales eran pocas, una maleta pequeña y una bolsa, pero también estaban las garrafas del aceite, dos bolsas de manzanas con las que salen unas tartas riquísimas, una caja con higos, otra bolsa con uva ¡Ah! Y un ramo de capullos de rosa rojos que cogí por la mañana tempranito para ponerlas junto a la foto de Manolo. A él le gustaban mucho las flores.

 

MIS SENTIDOS

 

Mis ojos que admiran la belleza,

que se extasían mirando al mar,

que contemplan de noche las estrellas;

que no miraran con maldad quisiera

y que supieran apreciar  la grandeza

y la bondad que existe en los demás.

 

Mi boca, que cuando estoy alegre

se abre para cantar,

que alaba al Dios omnipotente

y que reza para pedir el pan,

no quisiera que fuera maldiciente,

 que nunca  falseara la verdad,

más bien que hablara llanamente

y que pudiera al triste consolar.

 

Mi oído que ama la melodía

de las olas que vienen y que van

y que disfruta con la bella armonía

del pájaro que trina en el pinar,

que siente el fragor de la tormenta

y el rugido de la tempestad,

también quisiera que con gran paciencia

se supiera inclinar

a escuchar las penas que el hermano

 necesita en otro desahogar.

 

Mis manos que se afanan cada día

lo mismo que la abeja en el panal,

que planchan, que tejen y que guisan,

que mantienen el fuego del hogar,

quisiera que de terciopelo fueran

para mejor poder acariciar,

y que fueran de acero

para que no se cansaran de ayudar.

 

Mis ojos, mi boca, mi oído, mis manos,

mi alma entera

quisiera que antes que nada fueran

instrumentos del amor y de la  paz.

 

Mª Teresa Ibáñez

Volver