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Demetrio Mallebrera

LA  EUROPA  MELANCÓLICA


          El Tratado de Lisboa o sustituto de la fallida Constitución acaba de estropearla del todo. Me refiero a esa apatía que ya se había apoderado de la Europa política y económica que da la impresión de haber perdido su fascinación peculiar. Desde la puesta en marcha formal de la Comunidad Europea, las naciones que la integran se han beneficiado de unas cosas, sí, pero tienen la sensación de haber perdido otras: su encanto particular y su personalidad. Es lo mismo que se ha notado con el fenómeno de la globalización, aunque lo que de verdad percibimos es que ahora tenemos más posibilidades de elegir. Aunque actualmente sea más fácil y más romántico ir a París o a Venecia, a lo mejor no es más barato que irse al Caribe o a cualquier zona más lejana que esté en promoción turística, y lo que creíamos alcanzable sigue jugándose sus alicientes en el parqué del mercado. Sin embargo no es eso solamente.

          A Europa se le colgó el sambenito de ser el continente más viejo, entre otras razones por estar marcada por ciertos influjos filosóficos y religiosos de donde surgió su planteamiento ético y legal, que no es que se encuentre caduco, pero sí que se nota que le falta brío, energía y actualización. Todo su historial, toda su riqueza e ilustración, el ser asiento del pensamiento durante siglos (incluido el revolucionario y considerando su poderío) se han vaciado hoy por aburrimiento, por tedio, por pesimismo y por pereza. Ya es mucho; aunque no es eso únicamente.

          Dejarse llevar por un estado de dejadez porque son los inmigrantes los que hacen los trabajos de cuidado y vigilancia por cuatro euros y hacinamiento para sobrevivir, y consentir que el turismo que ahora nos llega sea de latas de conserva o de incultura en cualquier época del año o latitud continental por aquello de que hay que dar elevado el dato de ocupación hotelera para que se mantenga la competencia entre elementos de un mismo mercado y entre los mercados entre sí, ha rebajado nuestras exigencias y nuestros ánimos, y ya no valoramos nuestro patrimonio como antes, pues al creer que es de todos nos decimos que lo cuiden otros. Y así nos volvemos indiferentes, nos entra un pesimismo de caballo y una depresión de elefante, porque creemos que es ingenuo pensar que esto va a cambiar, y la verdad es que lo realmente ingenuo es esperar a que cambie algo sin mover dedo, sin hacer nada. Pero esto no es todo.

          Desde la periferia de la nueva Europa se ha percatado de esta dolencia comunitaria un gran observador polaco, Krzysztof Zanussi, director y productor de cine, y por lo tanto, un gran observador de la comunicación social, que ha venido a España a recoger un importante premio y a dar algunas conferencias. Y nos ha dicho que hoy día el mundo occidental afronta una aguda crisis, debido a la pérdida de fe tanto en su pasado como en su futuro, a la desconfianza generalizada, al desvanecimiento de ilusiones. El continente que durante siglos había sido el origen de las vanguardias para la humanidad, hoy genera en nosotros grandes inquietudes. Y ha añadido que si Europa fuera una persona la llevaría por urgencias a un psicólogo, pues presenta un cuadro de estado anímico con síntomas de desequilibrio interno. Al cansado paciente le han detectado un gran agotamiento a causa de una anorexia, o mejor hablar de una bien instalada melancolía. Y no está dicho todo.

          Europa padece melancolía y ha de superarla confiando en sí misma, al igual que un equipo quiere ganar una competición porque cree que es mejor proponiendo su estilo de juego. Si los tiempos son nuevos, también lo van a ser los medios a aplicar contando con tres bases: determinación (convencimiento), abnegación (sacrificio) y educación (enseñanza, entrenamiento, instrucción). Para este autor es necesaria la renovación generacional y que los jóvenes sean mejores que los sustituidos, aplicándose lo anterior, aunque, antes, esos jóvenes han de tener disponibilidad, y, antes aún, esos jóvenes tienen que existir.

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